lunes, 24 de marzo de 2014

Wonderwall

Era una fiesta normal, como cualquier fiesta que organizan los adolescentes cuando quieren embriagarse hasta vomitar y consumir todo tipo de sustancias alucinógenas sin el control de sus padres.
Tatiana y su grupo de amigos estaban presente en ella.
Una simple chica de dieciocho años a la que tildaban de simpática y dulce, sostenía un vaso de alguna bebida alcohólica que no logré descifrar. Jamás la había visto tomar alcohol, y a juzgar por su cara al tomar cada sorbo del recipiente trasparente que sostenía entre sus dedos con la delicadeza de una pluma, ella tampoco era de las chicas que suelen frecuentar al alcohol. Sin embargo, su amiga a su lado la animaba para que siguiera tomando esa bebida misteriosa.
Todo iba bien, al menos para Tatiana, porque el resto es mejor no mencionar. Ella seguía junto a una de sus amigas hablando alegremente, riéndose con su brillante sonrisa, con su vestido y accesorios impecables y su maquillaje que parecía recién colocado. Sostenía un vaso de sangría que estaba por la mitad y que parecía gustarle, parecía que era lo único que le había gustado de todas las bebidas alcohólicas que había probado esa noche, y lo degustaba con gozo.
Los depresores que circulaban por la pequeña fiesta para alrededor de veinticinco adolescentes hicieron efecto y alrededor de las tres de la mañana un gran porcentaje de los invitados estaban sentados en partes distintas de la casa ―algunos en grupos, otros simplemente solos― sufriendo los efectos de las sustancias consumidas. Tatiana observaba con asombro el espectáculo que sus ojos veían y lo comentaba con un chico de pelo castaño, poco más alto que ella. Esos pares de pupilas dilatadas y bocas delirantes frente a sus ojos no parecían ponerla cómoda.
Para su suerte ―o no tanta―, un chico que parecía ser más grande que ellos se dirige hacia el equipo de música e inserta un pendrive. Toca un par de botones y luego se lanza otra vez sobre un sillón de dos piezas con la cabeza recostada hacia atrás. Es cuestión de segundos para que Tatiana oiga las primeras notas de la canción y quedara conmocionada. Un flashback viene a su mente como topetazo y por mucho que lo intenta sé que no logra disuadirlo por la forma que en la sonrisa de su rostro se va desdibujando con cada segundo que la canción avanza.

Se trata de Gianfranco, su ex novio. Un guitarrista y cantante por excelencia. Un chico al que todos tildaron de "sinvergüenza" cuando lo vieron salir a la calle tomado de la mano de Tatiana; y es que quizás sea impactante el hecho de ver a una chica de trece años con un chico de veintidós, pero todos los problemas por los que tuvo que atravesar este muchacho para que su relación fuera aceptada son incontables.
Se querían como hermanos, se hablaban como niños y se besaban como adultos. Era una relación difícil de creer y casi insostenible para cualquier otra chica de trece años, pero a ella eso no parecía importarle.
Pasaron juntos alrededor de ciento sesenta días de playa, ciento noventa caminatas sobre las crujientes hojas de los árboles, un invierno y solamente un día de la primavera.
La muerte de Gianfranco Batelli produjo asombro en todo el barrio. Murió como lo que era, un soñador. Lo encontraron en su cama una mañana fría de invierno. Tatiana siempre dijo que «Era tan feliz en sus sueños que prefirió seguir en ellos que volver a la realidad». 
Nadie la vio llorar durante el velatorio, tampoco en el entierro. Las malas lenguas aludieron su fortaleza y nula sensibilidad a una falta importante de cariño hacia su difunto novio. Otras, en cambio, dijeron que todas las noches podían oír los sollozos de la niña desde una cuadra a la redonda. Lo cierto es que nunca demostró debilidad frente a terceros en cuanto al fallecimiento de Gianfranco; muchos sabemos que aunque se tata de una herida que ha sido hecha en una niña, aún sigue cicatrizando en una mujer.

Tatiana recordó todos sus sollozos nocturnos con tan solo el primer minuto de esa canción en sus oídos, y sabía que su permanecía allí otro minuto, ya sería tarde, estaría llorando como un cachorro. Corrió  por el pasillo de la casa que se hacía cada vez más extenso y parecía eterno, entró a una habitación por su cartera y salió de nuevo corriendo. Saludó lo más formalmente que pudo en su situación y se fue.

Todos quedaron desconcertados con ese impulso de Tatiana, pero yo se entenderla perfectamente. Luego de ese primer día, esa primer salida en el parque donde tomé mi guitarra y comencé a cantarle Oasis enfrente de todos sin que me importase el que pensarán, comprendí que esa canción se había vuelto nuestra. Que en esa canción se habían escrito nuestros nombres, como los de muchas otras parejas. Y allí también entendí que quería estar con ella para siempre, protegiéndola de todo y a la vez haciéndola fuerte, para que pudiera atravesar cualquier obstáculo que la vida pudiera llegar a plantarle, pero nunca creí que uno de esos obstáculos sería mi muerte. Aunque si eso la volvió tan hermosa y fuerte como es ahora, creo que me resignaré a mi destino de solo verla por momentos y poder apreciar como cada día se hace mas fuerte y más bonita, aunque yo no pueda disfrutar de ella.

― Escrito por Skylar Grey, 24 de Marzo de 2014.