domingo, 6 de julio de 2014

Final alternativo de "Casa Tomada" (Julio Cortázar).

No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
            Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
            Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
            Caminamos ambos sin destino por la calle unos minutos, no estoy en condición de afirmar cuantos, desafortunadamente mi reloj se detuvo a las once y media. Irene solo miraba hacia el suelo con resignación, yo creo que lo que más le dolió fue tener que dejar ese chaleco gris (que a mi tanto me gustaba) a medio terminar.
            Pasados unos minutos Irene levantó la mirada del suelo para situarla en algún punto lejano. No pude distinguir si era furia, impotencia o tristeza. Pasó así otro par de minutos.
-No podemos dejar que se queden con la casa –dijo Irene y comenzó a caminar hacia la casa de nuevo. Intenté frenarla, creía que era una locura, pero ella me miró con ojos vidriosos y no pude hacer más que acompañarla a recuperar lo que nos pertenecía.
            Al llegar a la casa no podíamos creer lo que nuestros ojos percibían. La casa que habíamos dejado hacía horas atrás, se había derrumbado.
-¿Cuánto tiempo hemos caminado? –me preguntó Irene asombrada.
            Yo no sabría decir si el barrio había cambiado y yo no me había dado cuenta antes, o si estuvimos perdidos el tiempo suficiente para que todo eso sucediera. Pareció tan poco tiempo, y a la vez, pasaron tantas cosas que era un disparate sostener que solo habían sido un par de horas.
            Ahora ya no había nada que hacer. Sólo quedaban los restos de una casa que había sido destruida por nosotros y por quienes la tomaron. En ese momento me pregunté si lo mejor hubiese sido irnos cuando ya habían tomado el fondo de la casa.
            Tomé de nuevo a Irene por la cintura y comenzamos a caminar hacia el lado contrario del que vinimos. Sentimos que nos seguían. Solté la cintura de Irene y en un susurro le pedí que se alejara. Me miró con ojos desconcertados, yo no sé si ella no se había dado cuenta o si no quería dejarme allí. Suspiró. Apretó mi mano con tranquilidad, y siguió caminando. Yo me quedé allí, mirando la espalda de la mañanita rosácea de Irene (que ella misma había tejido) alejarse mientras sentía como una fuerza mayor a la mía se apoderaba de mí.