domingo, 1 de marzo de 2015

Reencuentro.

Lo vi de nuevo, después de mucho tiempo.
No pude evitar el crujido de mi corazón al verlo. Su sonrisa, sus ojos, su cabello perfectamente acomodado, su estilo. Seguía siendo él, aunque perdido.
Caminó hacia mí, me hice la desentendida. Lo saludé desinteresada, intentando que mi corazón no saliera de mi pecho y lo abrazara, pues él estaba con otra y yo no tenía planeado perder lo poco de dignidad que me quedaba, no al menos esa noche.
Se sorprendió de mi saludo distante, dijo «solías abrazarme» con una especie de tristeza —o tal vez nostalgia— en su voz. Me limité a mirarlo, intentando buscar algún rastro de aquél chico del que me enamoré, y me encontré fallando en el intento. «Las cosas han cambiado mucho» le respondí. Apartó la mirada. Sabía de lo que hablaba.
La noche trascurría y yo no podía encontrar una manera de divertirme. Intentaba charlar pero no podía sostener una conversación. No estaba allí, estaba de viaje en el 2013, intentando aferrarme a alguien que en la actualidad ya no existía.
Me di por vencida y me senté en una mesa. Un vaso de alguna bebida alcohólica por cada recuerdo doloroso. Cuando terminé de ahogar mis penas no podía mantenerme en pie, y tan sólo eran las dos de la mañana. «¡Qué vergüenza!» pensé, «dos de la mañana y yo ya estoy acabada».
Miraba a todos divertirse y no podía encontrar la razón por la cual yo no podía hacer lo mismo. Pasaban los minutos y el mareo disminuía, pero yo seguía sintiéndome igual. Comenzaba a frustrarme.
Se acercó mi mejor amigo para sacarme a bailar, había visto la expresión de amargura en mi rostro y quiso ayudar. Acepté, aunque no tenía ganas, pero si yo no hacía nada para divertirme, no podía quejarme de pasarla mal.
Comenzaba a olvidarme del motivo por el cual había estado tan mal, y verlo besando a su novia me lo recordó. En ese momento ya no pude hacer nada. Realmente todo había cambiado. Corrí al baño y me encerré allí. Apenas vi distorcionadamente mis ojos vidriosos en el reflejo del espejo, lo único que conseguí hacer fue cubrir mi rostro con ambas manos. Estaba abatida. A pesar del tiempo, de la distancia y de todo lo que él había cambiado, aún lo amaba.
Salí del baño luego de corregir mi maquillaje, tomé mis cosas y caminé a la puerta. Un brazo se interpuso en mi camino.
—¿A dónde vas?—Me preguntó con el ceño fruncido.
—No me siento cómoda.
—¿Tengo que ver en ésto?
Suspiré. «Sí, siempre tenes que ver».
—¿Por qué pensas que mi vida sigue girando en torno a vos?
—Sólo pensaba que...
—Pensaste mal—Dije, y apenas terminé la frase sentí como mi corazón se estrujaba en mi pecho. Odiaba mentirle, pero él lo había hecho varias veces conmigo, ¿por qué yo no podía hacer lo mismo?
Abrí la puerta, y a mis espaldas volví a escuchar su voz.
—Antes de que te vayas... ¿Puedo pedirte algo?—Lo miré extraña. ¿Qué tenía yo para ofrecerle?—¿Podrías darme un abrazo?
Sentí como si alguien me hubiese golpeado en la boca del estómago. Me quedé sin aire. Mis pies fueron más rápidos que mi cerebro, caminaron hacia él. Lo abracé. Sentí su perfume, el cabello de su nuca entre mis dedos, había esperado por eso mucho tiempo, pero no podía quitarme de la córnea la imagen del beso. Me aparté de él.
—Te necesito.
«No, no lo haces, en cambio yo a vos sí»
Suspiré de nuevo y caminé fuera de la casa, cerrando la puerta detrás mío sin mirar atrás. Ambos sabíamos que si lo miraba, no me iría. Y no iba a darle el gusto. 
Mirarlo implicaba volver a enamorarme. Y sí, yo ya estaba enamorada, pero del chico que él supo ser. Si aquella vez hubiese volteado a mirarlo, me hubiese enamorado de ese otro, del que estaba parado delante mío, del que era ahí, justo en ese momento. Con todas sus mentiras, superficialidades e idioteces. Pero él ya tenía a alguien que lo amaba. Alguien que estaba enamorada—o eso quiero creer—de aquel chico que me expresó un «te necesito» con la expresión de quién mendiga amor, porque lo demás lo podía conseguir. Su poder adquisitivo le permitía acceder a todo lo que se le podía poner un precio. Y es que, a decir verdad, mi amor sí tiene un precio, pero es inalcanzable para él. Está en una moneda que él jamás conoció, y no creo que lo haga nunca. Mi amor incurría valor. Mi amor se pagaba con apreciación. 
Él nunca valoró todo el cariño que yo supe ofrecerle, prefirió otras cosas. Ahora la balanza estaba a mi favor y era mi turno de elegir, y preferí—con dolor—volver a intentar alejarme de él. Y no importó cuantas veces tendría que intentarlo, algún día sé que voy a poder seguir adelante.
― Evelyn Segovia, abril 2015.