Es una noche gris y fría. En la calle llueve casi tan fuerte como en mis ojos.Parada en medio de la calle veo tu figura irse con la cabeza agachada. Derrotado. No tenía que ser así.
Quise salir corriendo pero algo me sujetó de los tobillos. La razón. «¿Para qué ir atrás tuyo? ¿qué tenía para ofrecerte? ¿era yo suficiente?» la
respuesta era obvia. Pero quería, en serio quería salir corriendo y
sujetarte por la espalda pidiendo que te quedaras. Que podía intentarlo una vez más con tu apoyo. Pero tu apoyo ya no estaba ahí; estaba vagando, buscando
la forma de salir adelante. Dándote apoyo a vos mismo.
Fui egoísta
y corrí igual; no por vos, sino por mí. Porque no podía resignarme a no
volver a escucharte nunca más, a sentir tu calor hacia mí y esas
palabras que me hacían sentir en casa. Pero ya estabas muy lejos y no
llegué. Y por más que gritara con toda mi garganta no ibas a escucharme. No porque no pudieras, sino porque ya no querías hacerlo. Y está bien; porque así como yo fui
egoísta y fui detrás tuyo, vos fuiste egoísta y también fuiste destrás
de vos mismo. Del que supiste ser, antes de mí.
Suspiré. No sé si
por abatimiento, tristeza o simplemente nostalgia, pero supe que nada
iba a ser igual. Dicen que las personas tienen un rompecabezas que armar
en la vida, y que a veces alguien se va y se lleva piezas para armar el
suyo propio, dejándote algunas con las cuales armar el tuyo. El
problema es que yo quería armar mi rompecabezas y mostrártelo, para que
sonrieras como siempre y me alentaras a desarmarlo y armarlo una vez
más. Juntos.