Luego de que nuestro crucero se destruyera por completo y desapareciera por el medio del océano, nuestro bote salvavidas nos trajo hasta aquí. Una isla que parece tener mucho para darnos. O por lo menos para sobrevivir unos días hasta que encontremos la forma de volver a nuestros hogares.
De la gran tripulación solo sobrevivimos el capitán del crucero, uno de los mozos de la recepción, uno de los niños que estaba con su familia de vacaciones en el mismo y yo. Yo, que a tan solo dos días de casarme ya me volví viuda, porque no creo que mi esposo haya sobrevivido a aquella terrible y catastrófica situación.
Zarpamos en Estocolmo, Suecia. Más de mil personas nos subimos al Crucero que prometía el mejor viaje de nuestra vida. Este haría un recorrido de varios kilómetros a través del océano, desde Suecia hasta Estados Unidos. Pero en medio del atlántico hubo un desperfecto y el barco comenzó a hundirse. Pocas personas de las que había a bordo logramos llegar a los botes salvavidas, otras quedaron atrapadas siendo víctimas del vergonzoso incidente causado por una ineficiencia del equipo a bordo. Entre esas víctimas, mi reciente esposo.
Sinceramente no tengo idea de donde estamos, luego de varios días de navegar sin rumbo por todo el atlántico, o eso supongo, llegamos a las costas de esta isla donde con las pocas y últimas fuerzas, remamos los tres adultos para llegar a tierra firme.
La isla tiene un aspecto extraño, misterioso. Estaciones que se funden para ser una sola, árboles que son extrañamente engullidos por la marea pero que gozan de una vestidura rozagante, en si la isla parece que trajera consigo un mar de secretos y misterios que, verdaderamente, no quiero descubrir. Siento el viento chocar contra mi cuerpo, es un aire frío y seco. Mi piel se eriza, quiero salir huyendo de esta isla porque presiento que algo malo pasará. Es como el ambiente en general nos advirtiera, y no dijese que nos vayamos.
El capitán se adentra excusando que debe conseguir algo con que alimentar a Fermín, el niño huérfano y desaparece entre la vegetación. Minutos después vuelve con algunos frutos extraños que no logro descifrar. Nos sentamos los cuatro a comer. Luego de eso, un profundo sueño nos inunda a los cuatro y caemos rendidos ante un profundo sueño.
Despertamos. Es de noche. No logramos entender que nos provocó tal somnolencia. Cada minuto que trascurre en esta isla la siento más extraña.
El capitán habló de unas construcciones abandonadas en la colina, y dio la idea de averiguar si había alguien haciéndonos compañía en la isla. Me negué. Pero luego de bastos minutos me convencí de que solo era una idea mía después de los traumáticos días transcurridos, y me propuse a acompañarlos.
Llegamos a las construcciones, revisamos todo, nos tomó varias horas pero al fin dimos por sentado que no había nadie allí y que solo eran construcciones a medio terminar. Pero algo hizo tambalear esa idea cuando alrededor de media noche, un sonido musical rodea la casa mientras todos dormíamos. Era bajo, pero no tanto para pasar desapercibido, y cualquiera que tuviera un insomnio tan grande como el mío lo hubiese escuchado. Me dispuse a simplemente oírlo. Me daban puntadas en la nuca el pensar de donde podía provenir. Era una canción como la de las películas que me mostraba mi abuela que veía, quizás hasta más vieja. Luego de unos minutos de oír como esa canción se reproducía una y otra vez, infinitamente, me dispuse a dormir, o mejor dicho, me obligué. Si algo estaba a punto de suceder, prefería que ocurriera cuando yo estuviera dormida.
Quiero huir de esta isla lo más pronto posible.
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