Y al fin sucedió. Cuando pensaba que jamás podría encontrar a alguien que me haga sentir esas "mariposas" en la panza, apareció él. Alto, amable, divertido, a primera vista lo consideré «tranquilo», pero nada más lejos de la realidad. El hambre de querer «algo más» para esta vida en sus vívidos ojos color cielo me hicieron tambalear las piernas desde la primera vez que nos vimos.
Nos volvimos momentáneos y fugaces compañeros de departamento, convivimos de manera casi casual y sin pensar en que pasarían tantas cosas en tan solo una noche. Compartimos charlas que jamás había tenido con nadie, sólo porque me inspiró la confianza necesaria; le abrí mi alma, mis miedos y hasta mis peores errores sólo para que supiera en lo que se estaba metiendo; pasé por uno de sus ataques y aún así acá seguimos. Acá sigo. Pensando en él cada segundo como si hicieran días que no lo veo.
Logró distraerme de todo y de todos.
Logró que acepte que cuando algo no funciona, simplemente hay que dejar que siga su rumbo por mucho que duela, porque «no se puede estar en el puerto si el barco ya partió a otro destino hace bastante».
Logró que acepte arrancarme del pecho a la persona por la cual tantas noches lloré en sus piernas pidiéndole que me matara antes de seguir sintiendo como se me marchitaba el alma sin él.
Hoy, tengo la oportunidad de presenciar un nuevo amanecer. Es un nuevo día, una nueva oportunidad para el alma de renacer, y no pienso desperdiciarlo.
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