lunes, 13 de abril de 2015

Expulsada del paraíso.

Sarah había adquirido muchos conocimientos que no debía para su corta edad.
Todos los días se levantaba a las seis de la mañana y se sentaba en alguna avenida transitada de microcentro a pedir monedas con lo cual comprar algo para almorzar. Si la noche anterior había sido buena, no estaría preocupada; pero este no era el caso. Su estómago pedía a gritos ingerir algo sólido, de lo contrario se desplomaría en medio de la vereda.
Eran las ocho y sólo logró obtener un par de monedas que, a juzgar por la situación económica actual, no le servirían más que para unas golosinas. La hora pico había pasado y ahora le costaría el doble conseguir dinero, así que decidió comenzar a moverse.
¿Te has puesto a pensar alguna vez lo dura que es la vida de los chicos que entran a los restaurants donde estás a pedirte algunas monedas? Porque yo sí, y Sarah es una de la nenas en las que pienso mucho. 
Era una nena de escasos trece años, con bucles castaños y ojos miel. Una nena que llama la atención por su actitud al caminar. A pesar de sus notables agujeros en la ropa, ella siempre caminaba por las calles de capital con la frente en alto. Hoy no era la excepción.
Entró a la primer cafetería y se encontró fallando en el intento de hablar con alguna mesa, todos le giraban la cara intentando negar la realidad, haciendo de cuenta que la pobreza no existe. Y, antes de lo que pudiera reaccionar, ya había algún mesero pidiéndole que se vaya.
¿Alguna vez le giraste el rostro a alguien necesitado en la calle?
Siguió caminando, no porque quisiera, sino porque su estómago la empujaba a hacerlo. Para la gente de la calle, el hambre es el factor más movilizador que tienen.
Entró en la segunda cafetería, pidiéndole por favor a un mesero que la dejara intentarlo. El jóven accedió; al verla fallar y chocar contra la realidad, le sirvió un café negro en un vaso descartable y le dió un par de medialunas que ya no serían vendidas. Le agradeció una y otra vez, pues le serviría para amortiguar el cansancio hasta esa misma noche.
Era preciosa, de esas niñas que ves vestidas para damas de honor con vestidos de volúmen en los casamientos y crees que son princesas. Sus ojos miel hacían todo el trabajo por ella, cautivaban tu atención a primera vista. Un día decidí preguntarle por su vida, mientras la invitaba a desayunar en mi mesa, pero ella—ocupada en comer y—con su escaso vocabulario me dió a entender que no quería que yo supiera de su día a día; y yo no estaba dispuesta a renunciar a mi curiosidad.
Cansada de vivir en la calle, Sarah consiguió hacer un arreglo con el dueño de una pensión de mala muerte en los suburbios del microcentro, Él le daba la habitación más horrible de todo el edificio y ella se acostaba con él. Quizás te suene fuerte, pero la realidad es que noche de por medio ella se regalaba por las calles de la ciudad buscando amor, dinero y alguna sustancia con la cual olvidar—
al menos por unos minutos—su vida de mierda. Y la noche anterior había sido una de esas noches. El dueño del bar bailable de la esquina de la pensión le había hablado para ofrecerle buen dinero por hacer de presencial en una de sus tantas fiestas. ¿Sabes a lo que me refiero? Exacto, ser una maldita prostituta VIP de algún basura con bolsillos llenos ya sea de dinero, o de drogas.
Lo cierto es que Sarah tenía un par de negocios atrasados de pago y de los cuatro mil pesos que había logrado conseguir, sólo le quedaron mil. Necesitaba plata fácil, así que tenía que contactarse con su grupo para poner en marcha el «plan B» esa misma noche. Y así lo hizo.
«Todos a las dos en el punto de siempre» fue el mensaje que le dio uno de sus compañeros de calle.
Llegó con la misma ropa holgada y oscura de siempre, y con un revólver robado que había conseguido hacía poco. Estaba perdida. Toda la dulce presencia que podías notar en los ojos de Sarah cualquier día por la mañana desaparecía por la noche. A veces podías cruzarla por Avenida Libertador con un portaligas y otras noches como esa, en un callejón con un revólver robado trabado en la cintura de su pantalón y otros cinco chicos de su misma edad o más grandes.
Aún no sé qué pasó, pero todo salió mal. Entraron al local, se escuchó un disparo, gritos, y Sarah estaba en el suelo. Sus compañeros la dejaron sola, huyeron. La policía llegó minutos después, pero ya era tarde.
—¡Qué lástima!—Dijo el oficial. Y sí, lo era, pero luego de perder a su padre por culpa de alcohol y las drogas, y a su madre por querer «darle una vida mejor» abandonándola en manos de un proxeneta de quinta categoría, mucho no podías esperar de ella. ¿Cómo se supone que va a tener "un futuro mejor" sin nadie que la guíe? Hay muchos niños Sarah dando vueltas por las calles del mundo, y te aseguro que nuestra pequeña no es la única que terminó así, con una cruz sin nombre en un cementerio X.
Ahora te pregunto, ¿volverás a mirar con la misma cara a aquellos niños Sarah que no corrieron tu misma suerte, que fueron expulsados del paraíso?

― Evelyn Segovia, abril 2015.

No hay comentarios:

Publicar un comentario