Enamorarte de alguien no correspondido es quizás una de las sensaciones más de mierda que existen. Dicen que «donde hay voluntad, hay camino» así como también dicen que si te confiesas a alguien, le estás dando el poder para que te destruya. Amar es ser destruido. A mi ya me destruyeron una vez, y aún así apuesto de nuevo. Redoblo la apuesta. Quiero que me terminen de destruir. Quiero que me apunten con el cañón en el pecho y que sea lo que tenga que ser.
Confío en lo que siento. Hace más de un año que al verlo el pecho se me enciende como una brasa caliente. No puedo estar errada si viene de hace tiempo. Pienso ―de hecho, ya lo hice― arriesgarme. Apostar todo al amor de nuevo. Dicen que lo bueno se hace esperar porque lo que fácil viene, fácil se va.
No puedo dejarme dominar por el miedo. La vida se trata de tomar riesgos. Los riesgos no son sólo pérdidas, a veces también se gana. Las grandes cosas de la vida se hacen con un poco de miedo. Mentiría si dijera que no tengo miedo a perderlo, a que se aleje, pero no puedo evitarlo. Me gusta. Me gusta como me habla, como me trata, como es. Me gusta porque aprendí a mirarlo y descifrar que pasa por su mente, y a la vez es completamente impredecible; de pronto aparece con algo que no vi venir, cambia mi rutina, rompe mis esquemas, vuela mi cerebro con alguna incógnita que clava en mi mente. Lo miro y no puedo creer como llegamos a estar tan cerca, y siento que quiero tenerlo tan cerca como para saber a qué huele su respiración, o si su perfume es más fuerte o más suave estando a centímetros de su piel.
Hace mucho que tengo ésta catarata de sentimientos escondida, catarata que nadie tenía que descubrir. Ahora no hay nada que me prive de darme el hermoso gusto de sentir todo lo que siento por él. Todo éste tiempo que estuvo escondido sólo logró hacerse más fuerte, ahora que se liberó quiere comerse al mundo, quiere comerse a quién lo origina. Y tampoco pienso privarme de hacerlo.
Quiero probar sus labios una y otra vez para saber si en algún momento cambian de sabor. Quiero protegerlo. Quiero poder abrazarlo cuando se sienta triste o frágil. Quiero besarlo cuando sienta que no puedo hacer más nada para hacerlo sentir mejor. Quiero darme la libertad de hacer todo lo que siempre quise hacerle, pero nunca me animé. Quiero ahuyentar sus fantasmas e inseguridades. Quiero que sepa que él no está errado y que el mundo no está en su contra. Quiero que sonría, que me haga brillar el alma con esa sonrisa que tiene y saber que es por mí. Quiero que me mire y le brillen los ojos. Quiero que me preste toda la atención que le prestó a otras y nunca tuvo la respuesta que merecía. Quiero hacerlo feliz. Quiero que sea feliz.
Necesito una oportunidad. La vida es asumir riesgos y yo estoy al borde de la cornisa ―y de la locura― por vos.
martes, 2 de diciembre de 2014
Soledad.
Cierra una etapa e inicia otra. Cierro por completo éste libro para dejarlo en la repisa y comenzar a escribir otro.
Acá y ahora estoy sola, y quizás piensen que no lo estoy, pero no hablo en ese sentido. Digamos, hasta hace unos meses atrás creía tener la vida hecha, y en menos de dos meses todo eso se fue al tacho. No debía ser, o quizás sí, pero más adelante. No lo creo. Estoy haciéndome las preguntas que nunca me hice antes, sólo porque le temía a las respuestas. Ahora no hay más nada que perder, hasta yo estoy perdida.
Pienso en lo que fue y no pudo ser más, y espero. No sé que espero. Quizás a alguien mejor, más adecuado para mí... O quizás ya lo encontré, pero el sentimiento no es mutuo. Dicotomía, y retrocedo. Doy un paso y vuelvo cuatro sobre mis pies. Retrocedo porque a veces lo único que quiero es dejar de lastimar a las buenas personas que me rodean. Dejar de hacerles daño. Dejar a mi orgullo de lado y volver a quién alguna vez supe ser, a esa que tanto odié, pero que ahora tanto amo y extraño, porque si me consideraba monstruo en ése entonces... No sé que clase de abominación puedo ser ahora. Intento alimentar ese deseo utópico de que es posible volver el tiempo atrás y recomponer nuestros errores, pero no es así. Yo lo sé. No quiero aceptarlo.
La necesidad de ser amado sujeta fuerte. Me asfixia y me consume tanto o más que el odio. La necesidad de recibir un beso sincero en los labios me abraza como un chaleco de fuerza del que no me puedo liberar, o quizás si puedo, pero no lo deseo. Y aunque me entrometa en mil sábanas para tapar la ausencia de amor, la necesidad siempre se abrirá paso para hacerle un lugar a la desesperación que conlleva la soledad.
Dicen que las cosas acaban como inician, pero no. Siempre todo termina para el orto. Se acaba en la soledad y con un vacío en el alma por la injusticia que se siente el haber dado tanto para haber recibido tan poco. Termina con la satisfacción de saber que se dio todo, pero con la inconformidad de saber que aunque diste lo mejor, nada importó. Y entonces todo pasa. Pasa que todo lo que se prometió, nunca se cumplió. Te das cuenta que todo era irreal, que los cuentos de hadas no existen, que los «para siempre» tienen fecha de vencimiento y la decepción te marchita. Los recuerdos siguen. La vida sigue, pero nada vuelve a ser igual después de eso. Las fotografías viejas están para recordarte lo estúpida que fuiste y lo mal que procediste. Crees que es un castigo pero sólo es una de tantas lecciones que vas a recibir por haber nacido humano. Son las mismas que van a estar en juego a la hora de juzgar qué tanto haz aprendido o qué tan tonto haz sido para volver a caer.
Y ahí es donde vuelvo a caer. Ahí es donde me levanto del suelo y de las cenizas como un ave fénix. Tengo mis alas rotas, intento volar y me duele. No importa. Sigo avanzando. Ningún dolor es comparable con la soledad. Vuelo hacia donde están mis pares. Vuelo hacia donde está ese nuevo alguien que va a volver a lastimarme, intentando convencerme que no. Choco contra una pared y lo intento de nuevo. La vida es mantenerse intentando, intentar no estar sola. Porque después de todo, estoy así ahora: Sola. Estoy sola. Siquiera mi mente está acá, quizás esté donde yo debo estar, pero no puedo. Estoy sola, o quizás siquiera estoy.
Acá y ahora estoy sola, y quizás piensen que no lo estoy, pero no hablo en ese sentido. Digamos, hasta hace unos meses atrás creía tener la vida hecha, y en menos de dos meses todo eso se fue al tacho. No debía ser, o quizás sí, pero más adelante. No lo creo. Estoy haciéndome las preguntas que nunca me hice antes, sólo porque le temía a las respuestas. Ahora no hay más nada que perder, hasta yo estoy perdida.
Pienso en lo que fue y no pudo ser más, y espero. No sé que espero. Quizás a alguien mejor, más adecuado para mí... O quizás ya lo encontré, pero el sentimiento no es mutuo. Dicotomía, y retrocedo. Doy un paso y vuelvo cuatro sobre mis pies. Retrocedo porque a veces lo único que quiero es dejar de lastimar a las buenas personas que me rodean. Dejar de hacerles daño. Dejar a mi orgullo de lado y volver a quién alguna vez supe ser, a esa que tanto odié, pero que ahora tanto amo y extraño, porque si me consideraba monstruo en ése entonces... No sé que clase de abominación puedo ser ahora. Intento alimentar ese deseo utópico de que es posible volver el tiempo atrás y recomponer nuestros errores, pero no es así. Yo lo sé. No quiero aceptarlo.
La necesidad de ser amado sujeta fuerte. Me asfixia y me consume tanto o más que el odio. La necesidad de recibir un beso sincero en los labios me abraza como un chaleco de fuerza del que no me puedo liberar, o quizás si puedo, pero no lo deseo. Y aunque me entrometa en mil sábanas para tapar la ausencia de amor, la necesidad siempre se abrirá paso para hacerle un lugar a la desesperación que conlleva la soledad.
Dicen que las cosas acaban como inician, pero no. Siempre todo termina para el orto. Se acaba en la soledad y con un vacío en el alma por la injusticia que se siente el haber dado tanto para haber recibido tan poco. Termina con la satisfacción de saber que se dio todo, pero con la inconformidad de saber que aunque diste lo mejor, nada importó. Y entonces todo pasa. Pasa que todo lo que se prometió, nunca se cumplió. Te das cuenta que todo era irreal, que los cuentos de hadas no existen, que los «para siempre» tienen fecha de vencimiento y la decepción te marchita. Los recuerdos siguen. La vida sigue, pero nada vuelve a ser igual después de eso. Las fotografías viejas están para recordarte lo estúpida que fuiste y lo mal que procediste. Crees que es un castigo pero sólo es una de tantas lecciones que vas a recibir por haber nacido humano. Son las mismas que van a estar en juego a la hora de juzgar qué tanto haz aprendido o qué tan tonto haz sido para volver a caer.
Y ahí es donde vuelvo a caer. Ahí es donde me levanto del suelo y de las cenizas como un ave fénix. Tengo mis alas rotas, intento volar y me duele. No importa. Sigo avanzando. Ningún dolor es comparable con la soledad. Vuelo hacia donde están mis pares. Vuelo hacia donde está ese nuevo alguien que va a volver a lastimarme, intentando convencerme que no. Choco contra una pared y lo intento de nuevo. La vida es mantenerse intentando, intentar no estar sola. Porque después de todo, estoy así ahora: Sola. Estoy sola. Siquiera mi mente está acá, quizás esté donde yo debo estar, pero no puedo. Estoy sola, o quizás siquiera estoy.
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