martes, 2 de diciembre de 2014

Soledad.

Cierra una etapa e inicia otra. Cierro por completo éste libro para dejarlo en la repisa y comenzar a escribir otro.
Acá y ahora estoy sola, y quizás piensen que no lo estoy, pero no hablo en ese sentido. Digamos, hasta hace unos meses atrás creía tener la vida hecha, y en menos de dos meses todo eso se fue al tacho. No debía ser, o quizás sí, pero más adelante. No lo creo. Estoy haciéndome las preguntas que nunca me hice antes, sólo porque le temía a las respuestas. Ahora no hay más nada que perder, hasta yo estoy perdida.
Pienso en lo que fue y no pudo ser más, y espero. No sé que espero. Quizás a alguien mejor, más adecuado para mí... O quizás ya lo encontré, pero el sentimiento no es mutuo. Dicotomía, y retrocedo. Doy un paso y vuelvo cuatro sobre mis pies. Retrocedo porque a veces lo único que quiero es dejar de lastimar a las buenas personas que me rodean. Dejar de hacerles daño. Dejar a mi orgullo de lado y volver a quién alguna vez supe ser, a esa que tanto odié, pero que ahora tanto amo y extraño, porque si me consideraba monstruo en ése entonces... No sé que clase de abominación puedo ser ahora. Intento alimentar ese deseo utópico de que es posible volver el tiempo atrás y recomponer nuestros errores, pero no es así. Yo lo sé. No quiero aceptarlo.
La necesidad de ser amado sujeta fuerte. Me asfixia y me consume tanto o más que el odio. La necesidad de recibir un beso sincero en los labios me abraza como un chaleco de fuerza del que no me puedo liberar, o quizás si puedo, pero no lo deseo. Y aunque me entrometa en mil sábanas para tapar la ausencia de amor, la necesidad siempre se abrirá paso para hacerle un lugar a la desesperación que conlleva la soledad.
Dicen que las cosas acaban como inician, pero no. Siempre todo termina para el orto. Se acaba en la soledad y con un vacío en el alma por la injusticia que se siente el haber dado tanto para haber recibido tan poco. Termina con la satisfacción de saber que se dio todo, pero con la inconformidad de saber que aunque diste lo mejor, nada importó. Y entonces todo pasa. Pasa que todo lo que se prometió, nunca se cumplió. Te das cuenta que todo era irreal, que los cuentos de hadas no existen, que los «para siempre» tienen fecha de vencimiento y la decepción te marchita. Los recuerdos siguen. La vida sigue, pero nada vuelve a ser igual después de eso. Las fotografías viejas están para recordarte lo estúpida que fuiste y lo mal que procediste. Crees que es un castigo pero sólo es una de tantas lecciones que vas a recibir por haber nacido humano. Son las mismas que van a estar en juego a la hora de juzgar qué tanto haz aprendido o qué tan tonto haz sido para volver a caer.
Y ahí es donde vuelvo a caer. Ahí es donde me levanto del suelo y de las cenizas como un ave fénix. Tengo mis alas rotas, intento volar y me duele. No importa. Sigo avanzando. Ningún dolor es comparable con la soledad. Vuelo hacia donde están mis pares. Vuelo hacia donde está ese nuevo alguien que va a volver a lastimarme, intentando convencerme que no. Choco contra una pared y lo intento de nuevo. La vida es mantenerse intentando, intentar no estar sola. Porque después de todo, estoy así ahora: Sola. Estoy sola. Siquiera mi mente está acá, quizás esté donde yo debo estar, pero no puedo. Estoy sola, o quizás siquiera estoy.

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