Las decisiones son algo cotidiano en nuestras vidas.
Salir con paraguas o elegir mojarnos bajo la lluvia, desayunar o almorzar un domingo cuando nos levantamos en horarios del mediodía. ¿Dulce o salado? ¿vestido o pollera? ¿ir o no ir?
Pero hay decisiones más difíciles. Elecciones que pueden condicionar nuestro futuro. Y no, no hablo de esa carrera en la facultad que iniciaste y no terminaste. O de ese colectivo que dejaste pasar aún sabiendo que ibas a llegar tarde. Hablo de las decisiones del corazón.
¿Qué hacer cuando todo te indica que no puede ser y, a la vez, que todo está comenzando? ¿cómo saber cuándo darse por vencido? ¿cómo entender que ya no puede ser?
¿No soy suficiente? ¿tengo que seguir esperando? No me caracterizo por tener paciencia y no sé de dónde la estoy obteniendo ahora, pero hay algo que sí sé: y es que se me está acabando.
Sé que las cosas llevan tiempo, pero en este momento siento que tengo que tomar una decisión, y sólo quiero elegir la que duela menos; porque de todas formas, va a doler.
Cuando tenes que tomar una decisión, el tiempo es crucial. Porque a veces cuando vos elegiste qué camino tomar, hubo alguien que se adelantó y ya decidió por vos. Y muchas veces no concuerda con lo que querías, pero ya es muy tarde para volver atrás, porque tardaste demasiado en decidirte.
Dejar pasar el tiempo, también es una decisión.
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