jueves, 27 de agosto de 2015

Búsqueda.

Era una de esas noches donde intentas disimular el frío pero te encontras castaneando los dientes.
Lucía intentaba escapar de ese laberinto donde su conciencia la había mantenido despierta toda la noche hilando y desmembrando pensamientos. Buscando la forma de huir; pero siempre regresando al punto de partida: él.
¿Cómo era posible? Estaba a kilómetros de la meta y aún así podía oírlo diciendo su nombre. ¿O era sólo el viento intentando engañarla? Lo cierto es que saltó de la cama exaltada. Y, en la oscuridad, buscaba hacer contacto con él. Pero eso no pasaría, ya que él había caído dormido hacía varios minutos atrás, pensando en ella.
Miró por la ventana. Las diminutas partículas de nieve colapsaban en un acto suicida contra los cristales de la ventana. Lucía los observaba caer. Daba la impresión de que si los mirabas durante un largo rato, casi podías asumir el desafortunado hundimiento de la casa en una blanca—y congelada—tumba. Volvió en sí.
Caminó por su habitación a oscuras. Seguía buscándolo.
Cuando te acostumbras a la compañía de alguien, es difícil estar sólo. La diferencia es que ellos jamás habían compartido un momento témporo-espacial.
Jamás se habían hablado cara a cara.
Jamás se habían acariciado.
Jamás se habían tomado de la mano.
Jamás se habían besado.
Pero todo ese tiempo pareció que sí.
En un intento desesperado por encontrarlo a como dé lugar, tomó su celular. Él se había dormido. Se resignó.
Desplomó su cuerpo exhausto sobre la cama y volvió a taparse. Sentía más frío que antes. El frío de la soledad.
Cerró los ojos; y en ese momento casi mágico lo escuchó respirar. Había sido él, tenía que ser. Sonó como él. Pensó «estoy enloqueciendo» y lo percibió de nuevo. Quizás era una jugarreta de su mente, o tal vez—magicamente—se había teletransportado a Buenos Aires para estar una última noche juntos.
Si el amor mueve montañas, ¿por qué no podía de juntar Tierra del Fuego y Buenos Aires en un mismo eje tan sólo una noche?

― Evelyn Segovia, agosto 2015.

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