Éramos de mundos distintos, demasiado distintos para mi gusto. Él era un chico común y corriente. Un adolescente de cabello rebelde, temperamental, que siempre estaba con la frente en alto. Orgulloso de él y de lo que era. Y yo... Era yo. Absurda, tímida, anormal, básica, de pocas palabras y muchos sentimientos.
Aún no entiendo cómo es que me enamoré de él. Solo hablamos una vez, y tampoco fue una gran charla, pero su condición me gustaba. Él tenía algo que a mí me faltaba.
Nos dividía ese muro de cristal brillante, casi cegador. El cual demostraba que mi realidad era completamente diferente a la suya y, como tal, siempre impediría nuestra imposible y loca historia de amor, destruyendo así mis anhelos de una vida junto a él.
La única vez que tomé contacto con él fue increíble, adrenalínico. Sentí esa fuerte opresión en mi cabeza como la que se siente cuando se desciende hasta lo más profundo del mar. Empujé a su amigo de su tabla y me posicioné sobre ella, medio escondiéndome. Cuando capté su mirada me sonrió, y sentí como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Tuvimos una pequeña charla, y allí fue donde supe su nombre: Federico. Aún no puedo creer como me puse en riesgo de esa forma, podría haber sido mi fin, y también el de mis pares. Cuando uno de sus amigos apareció por detrás de él, éste volteó la cabeza para mirarlo, y allí fue donde huí. Huí hasta la oscuridad, de donde vengo y donde tengo que estar. Huí lo más rápido que mi cuerpo pudo, sabiendo que él y su visión nunca me verían. Volví al agujero del que nunca debí haber salido, y del que no volveré a salir. Cuando él giró para mirar al lugar donde yo había estado, vi la confusión en sus ojos, la deformación del asombro en su cara, la sorpresa de ver que había desaparecido en el aire. Imposible.
Días después lo escuché hablando con uno de sus amigos de mí. Mi corazón volvía a querer salirse de mi pecho, pero lo contuve. Decía que a pesar de que no me haya vuelto a ver que no podía dejar de pensar en mi, aún sin saber mi nombre, a lo que su amigo le contestaba que seguramente había sido alguna alucinación producto del sol, ya que ninguna chica podría esfumarse así en el agua. Y allí fue donde lo dijo, la frase que jamás se me olvidará aunque pase el tiempo, aún un año después sigo recordándola textual:
«Mi mente jamás podría haber imaginado a una chica tan bonita como aquella».
Pasé años observándolo, viéndolo como cada año venía con sus amigos y sus tablas a hacer eso que a ellos tanto les divertía, y a mi tanto me fascinaba ver. Pasó el tiempo, y allí fui notando como cada año venía menos seguido y mas cambiado: el cabello más corto, sensato, pero seguía conservando ese orgullo en su postura recta, y con eso me bastaba para reconocerlo. Hasta que un día dejó de venir.
A veces me pregunto qué hubiese pasado si ese día en que nuestras vidas se cruzaron por un instante yo no hubiera huido. Si me hubiese descubierto, ¿me hubiese aceptado? ¿Me hubiese amado? ¿Habríamos tenido esa historia de amor que yo tantas veces soñé?
Siempre me quedará esa duda, pero no importa. Mi amor por él no cesará nunca, aunque él jamás haya conocido realmente quién y como soy, así como mi nombre. Aunque esa historia de amor no se haya forjado como tantas veces lo pensé.
Estoy destinada a ver, desde la oscuridad, como el mundo se metamorfosea, como pasa el tiempo y yo sigo igual. Aún sin poderme ver, porque lo siento así. Estoy destinada a estar sola por mi condición maldita, y dudo que alguna vez pueda escapar de ella. Soy una espectadora de la eterna obra teatral en la cual nunca participaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario