La mayoría del tiempo no sé qué sentir, ni sé cómo me siento. Me cuesta identificar mis propios sentimientos porque estoy muy ocupada decodificando el de los demás. Siempre dejándome para lo último.
Pero con vos es diferente, aunque suene clichè. Siempre es diferente. Pasó tanta gente desde la primera vez que no puedo dejar de pensar que los usé para refugiarme de tu rechazo. Soy mendiga de cada migaja que estás dispuesto a darme aun cuando sé que merezco mucho más; pero uno no elije por quién dejar el alma, sino yo te hubiese desterrado hace un tiempo.
Pero sé que no correspondemos. Lo sé con cada silencio que no podemos llenar, lo sé con cada mirada vacía que me arrojas. Y me encantaría, me encantaría que pudiésemos llenar esos espacios con todo lo que me gustaría saber de vos y todo lo que nunca me dijiste, pero por mucho que desee que seamos paralelas la vida me desmuestra que no fuimos hechos para nada más que cruzarnos por lapsos como si fuésemos dos perpendiculares destinadas a no permanecer.
O será que simplemente se inviertieron las cosas y ahora estoy tratando de encontrarlo en vos, tratando de encontrar su mirada en tus ojos, así como alguna vez me ahogué con sus besos para olvidar los tuyos. ¿Alguna vez terminará éste ouroboros?
No sé qué hicimos mal para nunca poder encontrarnos en el momento correcto, a veces siento que estoy gritándote debajo del agua porque mis mensajes nunca te llegan o no los queres responder. No lo entiendo.
En este momento tengo un mapa conceptual lleno de hilos que van hacia todos lados y no me llevan a ningún lugar y a la vez los bolsillos llenos de desilusiones y frases que esperaba que dijeras y no lo hiciste. Siento que ya es tarde para que lo hagas.
No creo estar preparada para iniciar un nuevo ciclo porque el viento siempre da vuelta las páginas y nunca parecen ser hacia el futuro.
No podemos seguir forzando cosas que sabemos no funcionarían jamás. No nacimos para ser ni pertenecer, solo para contemplar y aceptar lo maravillosos que podríamos haber sido si la vida nos hubiese dado la oportunidad.
No quiero seguir encontrándome a mí misma buscando en vos a alguien más porque nunca lograría vivir sabiendo que te volví mi más grande dolor.
No puedo mirarte sin encontrar recuerdos que sólo me ponen en jaque. No puedo perdonar y no puedo seguir.
Más te conozco y más lo extraño a él. Por mucho que sepa que ninguno de los dos me merezca.
Metamorphosis.
miércoles, 3 de abril de 2019
domingo, 9 de abril de 2017
Huir de Buenos Aires.
Observo por última vez ese paisaje que había sido tan mío durante siete días, tratando de memorizar la mayor cantidad de detalles posibles para cuando necesite recrearlo en mi mente: el ladrido de los perros en la calle de la bajada de tierra, la pileta gigante de la casa del frente donde los chicos se metían hasta la noche, las luces del Casino reflejadas en el lago a las 3am, el ruido de los grillos, las montañas que podías ver en el horizonte de noche, que parecían marcarte el límite del mundo; y cada atardecer presenciado en ese balcón de cerámica blanco.
Justo ahí sentí la necesidad de quedarme. Había pasado siete días de paz y lejanía, había hecho propio un espacio que no me pertenecía; había hecho el esfuerzo de amoldarme a un nuevo ritmo de vida y lo había conseguido, entonces ¿por qué dejarlo ahora? Cuando podría seguir mi proceso de adaptación hasta finalizarlo por completo y hacer de ese hábitat tan desconocido, mi lugar.
Me di cuenta que no era necesidad de quedarme, eran ganas de huir de Buenos Aires; del caos, su gente, su tráfico y su ritmo de vida. También quería escapar de mis problemas, pero ni aunque fuese a Checoslovaquia olvidaría quien soy y las cosas que viví.
El último año fue como pelear contra John Cena siendo yo un peso pluma, y quizás nunca logre recuperarme de todo eso. Pero lo intento, Dios sabe que lo intento cada día de mi miserable vida.
Ningún sitio podrá cambiar mis orígenes y mi historia. Ningún paisaje podrá jamás curar todo el dolor con el que carga mi alma, y quizás esa sea mi peor atadura: saber que esté donde esté, nunca podré abandonar quien soy.
Justo ahí sentí la necesidad de quedarme. Había pasado siete días de paz y lejanía, había hecho propio un espacio que no me pertenecía; había hecho el esfuerzo de amoldarme a un nuevo ritmo de vida y lo había conseguido, entonces ¿por qué dejarlo ahora? Cuando podría seguir mi proceso de adaptación hasta finalizarlo por completo y hacer de ese hábitat tan desconocido, mi lugar.
Me di cuenta que no era necesidad de quedarme, eran ganas de huir de Buenos Aires; del caos, su gente, su tráfico y su ritmo de vida. También quería escapar de mis problemas, pero ni aunque fuese a Checoslovaquia olvidaría quien soy y las cosas que viví.
El último año fue como pelear contra John Cena siendo yo un peso pluma, y quizás nunca logre recuperarme de todo eso. Pero lo intento, Dios sabe que lo intento cada día de mi miserable vida.
Ningún sitio podrá cambiar mis orígenes y mi historia. Ningún paisaje podrá jamás curar todo el dolor con el que carga mi alma, y quizás esa sea mi peor atadura: saber que esté donde esté, nunca podré abandonar quien soy.
jueves, 27 de octubre de 2016
Ex.
¿Cómo alguien tan importante para nosotros de un día al otro puede volverse tan insignificante? ¿cómo hacemos para apartar ese dolor que parece quebrarnos el pecho en dos y corroer todas nuestras ganas de iniciar un nuevo día?
Posiblemente porque el humano es un ser de supervivencia. Está preparado para afrontar cualquier cosa y aún así continuar. O quizás es solo la naturaleza de unos pocos y estoy generalizando porque yo lo vivo constantemente y me parece algo innato.
Hoy me pregunto en qué momento te hiciste polvo, en qué momento pasaste de ser mi mundo a sólo alguien que me tendió una mano por un largo y necesario periodo de tiempo. Hasta el día de hoy no entiendo cuándo fue que decidí dejarte atrás, pero es lo mejor que pude hacer. Nunca alejarme de alguien me causó tanta satisfacción.
Y si te lo preguntas: no. No me arrepiento de haberte elegido como mi salvavidas en muchas ocasiones, pero ahora mismo entiendo que nada de lo que hubieses podido brindarme habría cubierto mis expectativas en la exigente y exitosa vida que me prometí tener―después de tanto dolor y de tanto caos, creo merecerlo―y vos nunca estuviste a la altura de eso.
Traté de hacerte encajar en un mundo que no te pertenecía. Intenté hacerte pensar en el futuro pero siempre decidiste vivir como si fuese tu último día, y yo terminé enredada en esa vorágine, perdiéndome. Pero ya no más.
Me encontré con lo que supe ser, con la parte que me es útil y que jamás debió apagarse. Con la parte de mí que tiene sed de crecimiento y que sólo busca triunfar a costas del honor y el trabajo arduo. Si bien tengo que admitir que por momentos no puedo abstenerme de esa costumbre kamikaze que adquirí, debo decir que cada vez la controlo un poco más. Cada vez hay menos de vos en mí.
Que te fueras fue un golpe tan bajo que en algún punto me hizo llegar a pensar que era mortal, pero no. Acá me ves. Fuerte, más fuerte que nunca. Creíste que al soltarme caería en un agujero negro del que jamás podría salir, y sin embargo te asusta ver a la niña que tanto usaste, difamaste y subestimaste más viva que nunca. Como un verdadero fantasma en tus recuerdos; porque en mi memoria no hay nada más muerto que mi pasado junto a vos.
Posiblemente porque el humano es un ser de supervivencia. Está preparado para afrontar cualquier cosa y aún así continuar. O quizás es solo la naturaleza de unos pocos y estoy generalizando porque yo lo vivo constantemente y me parece algo innato.
Hoy me pregunto en qué momento te hiciste polvo, en qué momento pasaste de ser mi mundo a sólo alguien que me tendió una mano por un largo y necesario periodo de tiempo. Hasta el día de hoy no entiendo cuándo fue que decidí dejarte atrás, pero es lo mejor que pude hacer. Nunca alejarme de alguien me causó tanta satisfacción.
Y si te lo preguntas: no. No me arrepiento de haberte elegido como mi salvavidas en muchas ocasiones, pero ahora mismo entiendo que nada de lo que hubieses podido brindarme habría cubierto mis expectativas en la exigente y exitosa vida que me prometí tener―después de tanto dolor y de tanto caos, creo merecerlo―y vos nunca estuviste a la altura de eso.
Traté de hacerte encajar en un mundo que no te pertenecía. Intenté hacerte pensar en el futuro pero siempre decidiste vivir como si fuese tu último día, y yo terminé enredada en esa vorágine, perdiéndome. Pero ya no más.
Me encontré con lo que supe ser, con la parte que me es útil y que jamás debió apagarse. Con la parte de mí que tiene sed de crecimiento y que sólo busca triunfar a costas del honor y el trabajo arduo. Si bien tengo que admitir que por momentos no puedo abstenerme de esa costumbre kamikaze que adquirí, debo decir que cada vez la controlo un poco más. Cada vez hay menos de vos en mí.
Que te fueras fue un golpe tan bajo que en algún punto me hizo llegar a pensar que era mortal, pero no. Acá me ves. Fuerte, más fuerte que nunca. Creíste que al soltarme caería en un agujero negro del que jamás podría salir, y sin embargo te asusta ver a la niña que tanto usaste, difamaste y subestimaste más viva que nunca. Como un verdadero fantasma en tus recuerdos; porque en mi memoria no hay nada más muerto que mi pasado junto a vos.
lunes, 22 de agosto de 2016
Culpa.
Quizás perdí ese don de trasformar todo el dolor que puedo llegar a sentir en algo literariamente agradable por trasladarlo a otros campos de expresión existentes en mí.
Hace dos meses quiero liberar todo lo que absorbí cual esponja, y sin embargo no sabía cómo. Algunos lo llaman «bloqueo», yo simplemente lo llamo inutilidad.
En esta oportunidad no sé si iniciar esta carta pidiendo disculpas o tratando de excusarme por lo que acabo de hacer.
No importa que ustedes me exoneren de culpa y cargo cuando sé perfectamente que yo jamás voy a perdonarme haberle hecho eso a mi misma sangre.
No tenemos futuro ni escapatoria. Juntos nos hundiríamos en la miseria y aunque yo podría luchar por sacarnos a flote, no sé que tanto me ayudaría el entorno. Podría haberte cubierto con mi propio cuerpo con tal de que no te hagan daño pero, ¿de qué serviría si la primera en lastimarte fui yo?
Aún no sé si estoy preparada para luchar por una causa que me excede de esa manera.
Y perdón, porque quizás hubieses sido lo más maravilloso que me pasó en la vida, pero no puedo condenarte a vivir junto a alguien que aún camina sobre arena movediza.
Hijo, mereces mucho más que esto. Mereces una vida digna, y es algo que yo no hubiese podido darte. No estoy en condiciones de darle nada a nadie. Cualquiera merece algo mejor que yo; vos sobretodo.
Quienes no sirven más que para hablar, van a decir que lo hice por mí. Y en un tercio de pensamiento, tienen razón. No estoy preparada para ésto; pero jamás me hubiese perdonado ver tu cara de infelicidad cuando no pudiera darte algo que desees con el alma. Jamás voy a poder lidiar con la culpa, yo lo sé, pero a largo plazo el daño hubiese sido peor.
Amor no te iba a faltar, pero sí todo lo demás.
Ojalá algún día logre perdonarme por haberle dado la espalda a una parte de mí. Ojalá algún día lo entiendas.
Hace dos meses quiero liberar todo lo que absorbí cual esponja, y sin embargo no sabía cómo. Algunos lo llaman «bloqueo», yo simplemente lo llamo inutilidad.
En esta oportunidad no sé si iniciar esta carta pidiendo disculpas o tratando de excusarme por lo que acabo de hacer.
No importa que ustedes me exoneren de culpa y cargo cuando sé perfectamente que yo jamás voy a perdonarme haberle hecho eso a mi misma sangre.
No tenemos futuro ni escapatoria. Juntos nos hundiríamos en la miseria y aunque yo podría luchar por sacarnos a flote, no sé que tanto me ayudaría el entorno. Podría haberte cubierto con mi propio cuerpo con tal de que no te hagan daño pero, ¿de qué serviría si la primera en lastimarte fui yo?
Aún no sé si estoy preparada para luchar por una causa que me excede de esa manera.
Y perdón, porque quizás hubieses sido lo más maravilloso que me pasó en la vida, pero no puedo condenarte a vivir junto a alguien que aún camina sobre arena movediza.
Hijo, mereces mucho más que esto. Mereces una vida digna, y es algo que yo no hubiese podido darte. No estoy en condiciones de darle nada a nadie. Cualquiera merece algo mejor que yo; vos sobretodo.
Quienes no sirven más que para hablar, van a decir que lo hice por mí. Y en un tercio de pensamiento, tienen razón. No estoy preparada para ésto; pero jamás me hubiese perdonado ver tu cara de infelicidad cuando no pudiera darte algo que desees con el alma. Jamás voy a poder lidiar con la culpa, yo lo sé, pero a largo plazo el daño hubiese sido peor.
Amor no te iba a faltar, pero sí todo lo demás.
Ojalá algún día logre perdonarme por haberle dado la espalda a una parte de mí. Ojalá algún día lo entiendas.
jueves, 16 de junio de 2016
A veces.
A veces me sorprendo de mis propios dones. De esa capacidad continua de poder quebrar mi ánimo y seguir como si nada.
A veces me pregunto si es realmente una cualidad, y es que realmente todo el tiempo estoy quebrando mi ánimo. Me siento vulnerable frente a todo―y todos―. Frágil como la porcelana. Constantemente al borde de la cornisa; a punto de caer en el abismo sin nadie que me respalde. Quizás es algo mío o quizás sea que la sociedad me volvió este pichón indefenso que soy hoy.
Últimamente no dejo de decir que me volví un fénix por inercia, y tristemente es cierto. Así como caigo en picada, vuelvo a levantar vuelo. Y muchos creerán que es maravilloso, pero no.
A veces simplemente me gustaría sentir el dolor. Explotarlo en mi pecho; agotar el sentimiento hasta que simplemente ya no pueda soportarlo y algo me obligue a superar la situación, pero desafortunadamente no puedo. Siempre que estoy cayendo, nunca toco fondo realmente. No sé qué es caer de lleno en una situación. Desconozco lo que es volverse curador de su propio dolor.
No poder sentir dolor por completo me limita a sentir dolor todo el tiempo. Raro, ¿no? Y es que para mí, los momentos nunca tienen un fin. Son un uróboros. Al no poder llegar al fondo de una etapa, al no poder experimentar esa sensación de que una determinada situación te hizo morder el polvo, destruyéndote por completo; nunca aparece la oportunidad de superarla. Una situación que nunca se supera, en el tiempo, se vuelve constante. Se vuelve sempiterno. Un martirio.
Nunca me permití llegar al fondo de un sentimiento porque tengo miedo de firmar un contrato de dependencia con él, y no poder salir jamás. Mi mayor miedo es caer en la tristeza y no querer levantarme nunca.
¿Cómo puedo ser tan frágil y tan fuerte a la vez? ¿soy un pichón de fuego o realmente un ave fénix? ¿qué tan contradictoria puedo ser como para que ambas cualidades convivan en paz, formando así mi carácter? ¿cómo puede ser que aún no haya colapsado frente a todo este dolor que siento, y frente a toda la fuerza voraz que hay en mi pecho y que no me permite caer totalmente?
Sigo intentando deliberar si soy vulnerable o fuerte. Creo que ambas, creo que ninguna; al menos no por completo.
A veces de tantas cosas que siento, termino por sentir nada.
A veces me pregunto si es realmente una cualidad, y es que realmente todo el tiempo estoy quebrando mi ánimo. Me siento vulnerable frente a todo―y todos―. Frágil como la porcelana. Constantemente al borde de la cornisa; a punto de caer en el abismo sin nadie que me respalde. Quizás es algo mío o quizás sea que la sociedad me volvió este pichón indefenso que soy hoy.
Últimamente no dejo de decir que me volví un fénix por inercia, y tristemente es cierto. Así como caigo en picada, vuelvo a levantar vuelo. Y muchos creerán que es maravilloso, pero no.
A veces simplemente me gustaría sentir el dolor. Explotarlo en mi pecho; agotar el sentimiento hasta que simplemente ya no pueda soportarlo y algo me obligue a superar la situación, pero desafortunadamente no puedo. Siempre que estoy cayendo, nunca toco fondo realmente. No sé qué es caer de lleno en una situación. Desconozco lo que es volverse curador de su propio dolor.
No poder sentir dolor por completo me limita a sentir dolor todo el tiempo. Raro, ¿no? Y es que para mí, los momentos nunca tienen un fin. Son un uróboros. Al no poder llegar al fondo de una etapa, al no poder experimentar esa sensación de que una determinada situación te hizo morder el polvo, destruyéndote por completo; nunca aparece la oportunidad de superarla. Una situación que nunca se supera, en el tiempo, se vuelve constante. Se vuelve sempiterno. Un martirio.
Nunca me permití llegar al fondo de un sentimiento porque tengo miedo de firmar un contrato de dependencia con él, y no poder salir jamás. Mi mayor miedo es caer en la tristeza y no querer levantarme nunca.
¿Cómo puedo ser tan frágil y tan fuerte a la vez? ¿soy un pichón de fuego o realmente un ave fénix? ¿qué tan contradictoria puedo ser como para que ambas cualidades convivan en paz, formando así mi carácter? ¿cómo puede ser que aún no haya colapsado frente a todo este dolor que siento, y frente a toda la fuerza voraz que hay en mi pecho y que no me permite caer totalmente?
Sigo intentando deliberar si soy vulnerable o fuerte. Creo que ambas, creo que ninguna; al menos no por completo.
A veces de tantas cosas que siento, termino por sentir nada.
jueves, 9 de junio de 2016
Decisión(es).
Las decisiones son algo cotidiano en nuestras vidas.
Salir con paraguas o elegir mojarnos bajo la lluvia, desayunar o almorzar un domingo cuando nos levantamos en horarios del mediodía. ¿Dulce o salado? ¿vestido o pollera? ¿ir o no ir?
Pero hay decisiones más difíciles. Elecciones que pueden condicionar nuestro futuro. Y no, no hablo de esa carrera en la facultad que iniciaste y no terminaste. O de ese colectivo que dejaste pasar aún sabiendo que ibas a llegar tarde. Hablo de las decisiones del corazón.
¿Qué hacer cuando todo te indica que no puede ser y, a la vez, que todo está comenzando? ¿cómo saber cuándo darse por vencido? ¿cómo entender que ya no puede ser?
¿No soy suficiente? ¿tengo que seguir esperando? No me caracterizo por tener paciencia y no sé de dónde la estoy obteniendo ahora, pero hay algo que sí sé: y es que se me está acabando.
Sé que las cosas llevan tiempo, pero en este momento siento que tengo que tomar una decisión, y sólo quiero elegir la que duela menos; porque de todas formas, va a doler.
Cuando tenes que tomar una decisión, el tiempo es crucial. Porque a veces cuando vos elegiste qué camino tomar, hubo alguien que se adelantó y ya decidió por vos. Y muchas veces no concuerda con lo que querías, pero ya es muy tarde para volver atrás, porque tardaste demasiado en decidirte.
Dejar pasar el tiempo, también es una decisión.
Salir con paraguas o elegir mojarnos bajo la lluvia, desayunar o almorzar un domingo cuando nos levantamos en horarios del mediodía. ¿Dulce o salado? ¿vestido o pollera? ¿ir o no ir?
Pero hay decisiones más difíciles. Elecciones que pueden condicionar nuestro futuro. Y no, no hablo de esa carrera en la facultad que iniciaste y no terminaste. O de ese colectivo que dejaste pasar aún sabiendo que ibas a llegar tarde. Hablo de las decisiones del corazón.
¿Qué hacer cuando todo te indica que no puede ser y, a la vez, que todo está comenzando? ¿cómo saber cuándo darse por vencido? ¿cómo entender que ya no puede ser?
¿No soy suficiente? ¿tengo que seguir esperando? No me caracterizo por tener paciencia y no sé de dónde la estoy obteniendo ahora, pero hay algo que sí sé: y es que se me está acabando.
Sé que las cosas llevan tiempo, pero en este momento siento que tengo que tomar una decisión, y sólo quiero elegir la que duela menos; porque de todas formas, va a doler.
Cuando tenes que tomar una decisión, el tiempo es crucial. Porque a veces cuando vos elegiste qué camino tomar, hubo alguien que se adelantó y ya decidió por vos. Y muchas veces no concuerda con lo que querías, pero ya es muy tarde para volver atrás, porque tardaste demasiado en decidirte.
Dejar pasar el tiempo, también es una decisión.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)