sábado, 16 de enero de 2016

Bomba de tiempo.

Se oye como el ruido de un reloj a cuerda, pero es él. Frío y dulce, inteligente y torpe, lindo y simpático. Una bomba de tiempo.
Lo tomo en mis manos, lo observo. Podría destruirlo cuando quisiera y aún así seguiría siendo mi debilidad.
Sonríe y habla. No logro oírlo pero sonrío por imitación. Es imposible no sonreír al ver como se forman las arrugas al final de sus ojos. Un gesto tan simple y tan cálido a la vez.
Podría escucharlo hablar todo el día, y aún así no cansarme. Su voz me devuelve a casa. Su voz me hace sentir como en casa. Desearía tener la posibilidad de escucharla todos los días dándome los buenos días. Utópico.
Podría jurar que en ese momento que se acercó a mí, me congelé. Todos ven a un fénix como una criatura inquebrantable, pero lo cierto es que hasta el ser más fuerte se apaga cuando su corazón se enciende. Y así pasó.
Sentí ganas de llorar. No por miedo, sino por nerviosismo. Algo dentro mío pedía a gritos que le dijera todas esas cosas que me guardaba para mí, que me estaban ahogando. Eran una bomba de tiempo.
Tomó mi mano, volví a encenderme.
Era sabido. Un error y el desastre estaría hecho. Había caído con mis alas rotas sobre un campo minado.
Lo cierto es que, como toda mina, explota. Y nosotros lo hicimos en el momento exacto donde nuestros labios se unieron. Y también lo hicimos el día que le dije adiós. Explotamos. Nosotros, ese beso y nuestro futuro.
Era momento de juntar cada uno sus piezas y seguir adelante. Por lo que fuimos y por lo que íbamos a ser. Por lo que aprendimos y por lo que aplicaríamos a futuro. Por cada sonrisa que fue contagiada y por cada momento puro de amor que nos habíamos regalado.
Pero así como todo en esta vida: las cosas terminan; también pasa con el día.
El amanecer, con sus cálidas luces encendidas, al igual que la fina línea que separa la muerte de la vida, siempre marca un nuevo comienzo.

Miedo(s).

Después de haberla pasado tan mal, después de haber ahogado tantas noches en lágrimas, el karma decide premiarte por haber soportado tantas. Es ese día en que algo dice «es hora de que todo comience a mejorar». Y allí, aparece el miedo. Algo tan humano y tan insoportable a la vez.
Luego de haber confiado tantas veces y haber fallado en todas, tristemente, te acostumbras a fallar. Te resignas y crees, asumes, das por sabido que así va a ser siempre; pero ese día, ese bendito día en donde parece que tu suerte cambiará por completo, no puedes evitar sentir miedo.
¿Por qué algo cambiaría ésta vez? ¿qué es lo que diferente a las anteriores? definitivamente no.
Cansada de fracasar, te rehúsas a confiar. Te rehúsas a ser lastimada una vez más; pero, ¿y qué si ésta vez sí es? 
Esa duda, esa mínima curiosidad es la que hace que te arrojes de nuevo al vacío con los ojos vendados. Que confíes ciegamente en lo que tu futuro te depara, y pienses que esta vez algo va a modificarse.
Tantas veces he arriesgado en vano. Tantas veces he llorado por quién no lo merecía. Una vez más, una vez menos, ¿qué diferencia habría? Si no podemos evitar abandonar este mundo sin haber experimentado el dolor, ¿qué es lo que me impide ir en búsqueda de mi felicidad?

domingo, 10 de enero de 2016

Máscara(s).

Al igual que la última flor colorida de jacarandá en fecha otoñal, tu máscara va cayendo lentamente al suelo. Y todos logran ver quién realmente sos.
Como una hiena disfrazada de cordero; como el veneno que sos, en un frasco de aspirinas. Como un huracán: apareces, destrozas todo lo que encontrás a tu paso, y te vas en paz. Como si nada hubiese pasado, como si el daño no hubiese sido concretado.
Tus traiciones me duelen casi tanto como tu existencia. Quisiera verte desaparecer.
No puedo saber si en quién confío va a traicionarme alguna vez, pero puedo asegurarme de que no vuelvan a hacerlo.
Estás estancada porque vos decidiste estarlo. Volviste al punto de partida, una vez más.
Al fin todos ven realmente tu rostro. La máscara ya no está, no podes actuar un papel sin guionar.
¿De qué vas a camuflarte ahora, camaleón?

jueves, 7 de enero de 2016

Extrañar(te).

En este sitio existen muchas causantes de dolor. Hay dolor físico y hay dolor emocional. Hay dolores indescriptibles y dolores avasalladores. Pero ninguno se compara al de extrañarte. 
No sé si es el tiempo o la distancia. O el pensar que pocos planes me habían entusiasmado tanto como el conocer aquella tierra fría. No sé si me duele el haberte dejado ir o el saber que nunca vas a volver. No sé qué me duele más, pero me duele. 
Tengo una bomba de tiempo en el pecho llena de sentimientos cruzados y miles de razones por las cuales no debería escribir(te) esto, pero al igual que siempre, nunca nada me es suficiente para impedírmelo. 
No existen cantidades de palabras que alcancen a describir cuanto extraño tu voz, tus conversaciones, tus palabras, tu forma de ser y de pensar; y todas esas cosas que me hacían pensar en un futuro mejor. 
Es una sensación que se prendió en mí como una brasa, y que no puedo apagar. Y quizás sea porque tampoco tengo ganas de hacerlo. 
No tengo intensiones de ser una molestia, simplemente no podía pasar un día más sin hacerte saber que te equivocaste al pensar que no modificaste en nada mi ser.

lunes, 4 de enero de 2016

Infiernos.

Y así fue como la frustración y el miedo pudieron con todo.
Cada gramo de valentía que yacía en mi cuerpo se desvanecía con la idea de que él no me amase. Poco a poco consumí infiernos que me hicieron abrazarme a las personas equivocadas solo para creer que alguna vez volvería a sentir ese calor humano que alguna vez me supieron dar. Y apareció él.
Como una luz en una ruta anochecida. Como un faro en la tormenta. Como un camino devuelta a casa; apareció. Pero no hizo nada de lo que creí. Me llevó por lugares tormentosos y llenos de dolor. Me dejó reposar sola en las zonas más tortuosas de mi cabeza. Me hizo querer arrancarme el corazón del pecho y no volver a tener que vivir ningún infierno más.
Hoy me pregunto si vale la pena tanto dolor por un poco de amor.