Lo tomo en mis manos, lo observo. Podría destruirlo cuando quisiera y aún así seguiría siendo mi debilidad.
Sonríe y habla. No logro oírlo pero sonrío por imitación. Es imposible no sonreír al ver como se forman las arrugas al final de sus ojos. Un gesto tan simple y tan cálido a la vez.
Podría escucharlo hablar todo el día, y aún así no cansarme. Su voz me devuelve a casa. Su voz me hace sentir como en casa. Desearía tener la posibilidad de escucharla todos los días dándome los buenos días. Utópico.
Podría jurar que en ese momento que se acercó a mí, me congelé. Todos ven a un fénix como una criatura inquebrantable, pero lo cierto es que hasta el ser más fuerte se apaga cuando su corazón se enciende. Y así pasó.
Sentí ganas de llorar. No por miedo, sino por nerviosismo. Algo dentro mío pedía a gritos que le dijera todas esas cosas que me guardaba para mí, que me estaban ahogando. Eran una bomba de tiempo.
Tomó mi mano, volví a encenderme.
Era sabido. Un error y el desastre estaría hecho. Había caído con mis alas rotas sobre un campo minado.
Lo cierto es que, como toda mina, explota. Y nosotros lo hicimos en el momento exacto donde nuestros labios se unieron. Y también lo hicimos el día que le dije adiós. Explotamos. Nosotros, ese beso y nuestro futuro.
Era momento de juntar cada uno sus piezas y seguir adelante. Por lo que fuimos y por lo que íbamos a ser. Por lo que aprendimos y por lo que aplicaríamos a futuro. Por cada sonrisa que fue contagiada y por cada momento puro de amor que nos habíamos regalado.
Pero así como todo en esta vida: las cosas terminan; también pasa con el día.
El amanecer, con sus cálidas luces encendidas, al igual que la fina línea que separa la muerte de la vida, siempre marca un nuevo comienzo.
Lo cierto es que, como toda mina, explota. Y nosotros lo hicimos en el momento exacto donde nuestros labios se unieron. Y también lo hicimos el día que le dije adiós. Explotamos. Nosotros, ese beso y nuestro futuro.
Era momento de juntar cada uno sus piezas y seguir adelante. Por lo que fuimos y por lo que íbamos a ser. Por lo que aprendimos y por lo que aplicaríamos a futuro. Por cada sonrisa que fue contagiada y por cada momento puro de amor que nos habíamos regalado.
Pero así como todo en esta vida: las cosas terminan; también pasa con el día.
El amanecer, con sus cálidas luces encendidas, al igual que la fina línea que separa la muerte de la vida, siempre marca un nuevo comienzo.