Y en este momento todo se derrumba.
Siento esas palabras, que alguna vez me hicieron sentir en casa, como hoy son la razón que me aferra a un pasado que no puedo enfrentar. A un capítulo que no puedo concluir. Ni de leer, ni de escribir.
Somos algo que nunca termina.
Sos alguien que puso un punto final donde yo apenas comenzaba a escribir un signo de interrogación. Sos alguien que no pudo con su ansiedad. Soy alguien que no puede con su angustia.
Siento como las llamas se alzan y vuelven contra mí. Me envuelven, pero no me dañan. Un fénix jamás es consumido por su propio fuego. Tampoco me dejan escapar. Es una cárcel, sos una cárcel.
Un laberinto entre el deber y el querer, un salto al vacío, un huracán. Eso sos, un peligro.
La noche cae de sorpresa y me encuentra pensando en todas las cosas que pudieron ser, y no fueron. En todo lo que pudimos lograr, y acá estamos.
La luna me aconseja que me duerma porque si la tormenta que se avecina me encuentra, no podré maniobrar en el cáos. Yo solo quiero poder manejar mis pensamientos.
miércoles, 16 de diciembre de 2015
Tierra del fuego.
Irónico nombre. Yo lo siento tan frío, y tan ardiente a la vez.
Escucho a las brasas quejarse en mis oídos; casi tan fuerte como me gustaría escucharte gritando mi nombre. Vos estas frío, yo soy una brasa.
Y es en noches como ésta que me gustaría abrazarte. Por que sé―o supongo―que el frío de Ushuaia es lo suficientemente distante para congelar un suspiro. O un corazón. Es lo suficientemente sensato como para alejarte de mí.
Escucho a las brasas quejarse en mis oídos; casi tan fuerte como me gustaría escucharte gritando mi nombre. Vos estas frío, yo soy una brasa.
Y es en noches como ésta que me gustaría abrazarte. Por que sé―o supongo―que el frío de Ushuaia es lo suficientemente distante para congelar un suspiro. O un corazón. Es lo suficientemente sensato como para alejarte de mí.
lunes, 7 de diciembre de 2015
Muerte súbita.
Y en la mañana se dieron cuenta―o eso parecía―de que ella se había abierto paso entre ellos sin que se dieran cuenta. Habían sido perseguidos, alcanzados, vencidos y mutilados por algo desconocido, aún más fuerte que todos juntos.
Los sorprendió la súbita espera que entre ellos aguardaba el momento indicado para atacar. Y allí estaban ellos, indefensos, muertos sin ningún motivo; y con tantos a la vez que era imposible indicar cuál era el principal de su eterno descanso. O castigo.
Les llegó su hora.
domingo, 22 de noviembre de 2015
Maneras de enfrentar la realidad.
Y ahí está, la vergüenza.
Ese sentimiento desagradable que te hace sentir minúsculo frente a alguien más. Ese sentimiento que se aferra a tu pecho como un imán y te hace sentir tan miserablemente vacío. Ahí está, al lado mío de nuevo.
Intento hacer de cuenta que no, que nada de eso pasó. Lo niego como tantas otras veces, incluso a mí misma; pero aunque lo niegue, no puedo cambiar el pasado. Lo hecho, hecho está, y no puede modificarse. ¿Cuántas veces tuvimos ganas de rectificar nuestros actos en vano? No sirve, es utópico.
Llorar tampoco ayuda, pequeña niña. Tu debilidad te hizo cometer todos esos errores de los que te arrepientes, no hagas que siga logrando tu destrucción.
Suspiro y me levanto.
Nada es igual. No veo todo de la misma forma en la que solía ver. El mundo cambió. Y yo también.
La gente ya no me parece tan maravillosa. Ellos lograron que me vuelva la persona desconfiada y cerrada que soy hoy. O quizás solo no pueda con toda la culpa y necesite volcarla en alguien más.
Esa asquerosa noche de invierno en que todo comenzó, ¿quién hubiese imaginado que terminaría tan mal? Que arrojaría el resto de mi vida a un laberinto del que aún hoy, años después, no puedo salir.
No sabía en lo que me estaba metiendo.
No pude contar con la misericordia de quienes eran mis principales pilares. No pude contar con el apoyo de mi propia familia. Tuve que cargar el peso sobre mis hombros completamente sola, porque ya no confiaba en nadie. Hasta el día de hoy no lo hago completamente.
Arruinó mi vida. Tengo secuelas que jamás van a irse. Gracias.
Gracias por haberme dado la primera y más dolorosa de las lecciones: jamás confíes en nadie.
Aquellas personas en las que confiamos día a día, mañana pueden volverse en tu contra. Y cuando lo hagan, tendrán un arsenal con el cual atacar. Y, sino te defiendes, perderás. Y no me malentienda, la vida no es una constante guerra. La gente desata guerras constantemente. Contra terceros y contra sí mismos, pero ellos nunca saldrán tan perjudicados como creen realmente.
Y ahí están, atacando. Otra vez. Utilizan armas viejas en una batalla nueva, pero siempre ganan. ¿Quién dijo que los buenos siempre triunfan?
Frente a cada batalla curo mis alas y vuelvo a pelear. Resurjo una y otra vez luego de cada guerra. Supieron decirme que soy un fénix, y que siempre podría con esto. Cada batalla duele más que la anterior, cada golpe lastima cada vez más fuerte. Hay heridas que nunca cierran.
Desearía que esta guerra pudiese terminar algún día.
Ese sentimiento desagradable que te hace sentir minúsculo frente a alguien más. Ese sentimiento que se aferra a tu pecho como un imán y te hace sentir tan miserablemente vacío. Ahí está, al lado mío de nuevo.
Intento hacer de cuenta que no, que nada de eso pasó. Lo niego como tantas otras veces, incluso a mí misma; pero aunque lo niegue, no puedo cambiar el pasado. Lo hecho, hecho está, y no puede modificarse. ¿Cuántas veces tuvimos ganas de rectificar nuestros actos en vano? No sirve, es utópico.
Llorar tampoco ayuda, pequeña niña. Tu debilidad te hizo cometer todos esos errores de los que te arrepientes, no hagas que siga logrando tu destrucción.
Suspiro y me levanto.
Nada es igual. No veo todo de la misma forma en la que solía ver. El mundo cambió. Y yo también.
La gente ya no me parece tan maravillosa. Ellos lograron que me vuelva la persona desconfiada y cerrada que soy hoy. O quizás solo no pueda con toda la culpa y necesite volcarla en alguien más.
Esa asquerosa noche de invierno en que todo comenzó, ¿quién hubiese imaginado que terminaría tan mal? Que arrojaría el resto de mi vida a un laberinto del que aún hoy, años después, no puedo salir.
No sabía en lo que me estaba metiendo.
No pude contar con la misericordia de quienes eran mis principales pilares. No pude contar con el apoyo de mi propia familia. Tuve que cargar el peso sobre mis hombros completamente sola, porque ya no confiaba en nadie. Hasta el día de hoy no lo hago completamente.
Arruinó mi vida. Tengo secuelas que jamás van a irse. Gracias.
Gracias por haberme dado la primera y más dolorosa de las lecciones: jamás confíes en nadie.
Aquellas personas en las que confiamos día a día, mañana pueden volverse en tu contra. Y cuando lo hagan, tendrán un arsenal con el cual atacar. Y, sino te defiendes, perderás. Y no me malentienda, la vida no es una constante guerra. La gente desata guerras constantemente. Contra terceros y contra sí mismos, pero ellos nunca saldrán tan perjudicados como creen realmente.
Y ahí están, atacando. Otra vez. Utilizan armas viejas en una batalla nueva, pero siempre ganan. ¿Quién dijo que los buenos siempre triunfan?
Frente a cada batalla curo mis alas y vuelvo a pelear. Resurjo una y otra vez luego de cada guerra. Supieron decirme que soy un fénix, y que siempre podría con esto. Cada batalla duele más que la anterior, cada golpe lastima cada vez más fuerte. Hay heridas que nunca cierran.
Desearía que esta guerra pudiese terminar algún día.
lunes, 19 de octubre de 2015
El desfile.
Y acá estoy, en el mismo rincón de siempre. Viendo a todos sonreír, sonriendo por ellos, ocultando mis propias miserias. Es más fácil sonreír que explicar por qué estás mal.
Y ahí está él, sonriendo, como siempre. Esta noche sus bonitos ojos parecen iluminar más que la mismísima luna. Suspiro por dentro.
Nadie parece notarme, tampoco quiero que lo hagan. Es un evento del que no quiero formar parte.
Es una fiesta. Un desfile. Sí, un desfile de todos mis fracasos y desilusiones amorosas. El que me usó, el que me reemplazó, el que me dejó, el que se burló de mí, el que no podrá ser jamás, y otros. Todos juntos en un mismo perímetro. Mi corazón no lo resiste. Tampoco mis ojos.
Pero ellos no me importan tanto esta noche como lo hace él. Parece ser una brasa caliente, una bomba de tiempo, el próximo en cruzarse de vereda. Me desespero.
Observa para sus costados. Me está buscando. Noto la desilusión en sus ojos cuando no logra dar conmigo.
Desearía gritarle que estoy ahí, viéndolo, sonriendo por saber que está ahí, que también me interesa pero, ¿de qué serviría arriesgarse tanto? ¿y si en realidad sólo fue idea mía que estaba buscándome? Sería muy doloroso morder el polvo al saber que no le importo como él a mí.
Ni todas las palabras del mundo ayudarían a poder describir o darle un nombre a esa sensación que siento cuando él está cerca o cuando simplemente me mira y sonríe; pero sé que si pudiese juntarla, habría encontrado la cura para la gran parte de las enfermedades de nuestra sociedad. Y no, no se confunda, no hablo de amor. Se trata de en lo que uno se convierte al sentirlo. Ese topadora humana imparable. Ese huracán lleno de fortaleza que pareciese poder con todo, excepto consigo mismo.
Posiblemente jamás pueda romper ese vidrio que me separa a mí y a mis miedos e inseguridades de la realidad. Posiblemente jamás pueda enfrentarme a sus ojos y decirle que cada vez que me mira puedo encontrar en ellos el cielo más lindo que jamás había visto. Posiblemente jamás se de cuenta que realmente me importa y pase a ser uno más de la lista. Una más de las posibilidades que no supe y no pude tomar.
Y ahí está él, sonriendo, como siempre. Esta noche sus bonitos ojos parecen iluminar más que la mismísima luna. Suspiro por dentro.
Nadie parece notarme, tampoco quiero que lo hagan. Es un evento del que no quiero formar parte.
Es una fiesta. Un desfile. Sí, un desfile de todos mis fracasos y desilusiones amorosas. El que me usó, el que me reemplazó, el que me dejó, el que se burló de mí, el que no podrá ser jamás, y otros. Todos juntos en un mismo perímetro. Mi corazón no lo resiste. Tampoco mis ojos.
Pero ellos no me importan tanto esta noche como lo hace él. Parece ser una brasa caliente, una bomba de tiempo, el próximo en cruzarse de vereda. Me desespero.
Observa para sus costados. Me está buscando. Noto la desilusión en sus ojos cuando no logra dar conmigo.
Desearía gritarle que estoy ahí, viéndolo, sonriendo por saber que está ahí, que también me interesa pero, ¿de qué serviría arriesgarse tanto? ¿y si en realidad sólo fue idea mía que estaba buscándome? Sería muy doloroso morder el polvo al saber que no le importo como él a mí.
Ni todas las palabras del mundo ayudarían a poder describir o darle un nombre a esa sensación que siento cuando él está cerca o cuando simplemente me mira y sonríe; pero sé que si pudiese juntarla, habría encontrado la cura para la gran parte de las enfermedades de nuestra sociedad. Y no, no se confunda, no hablo de amor. Se trata de en lo que uno se convierte al sentirlo. Ese topadora humana imparable. Ese huracán lleno de fortaleza que pareciese poder con todo, excepto consigo mismo.
Posiblemente jamás pueda romper ese vidrio que me separa a mí y a mis miedos e inseguridades de la realidad. Posiblemente jamás pueda enfrentarme a sus ojos y decirle que cada vez que me mira puedo encontrar en ellos el cielo más lindo que jamás había visto. Posiblemente jamás se de cuenta que realmente me importa y pase a ser uno más de la lista. Una más de las posibilidades que no supe y no pude tomar.
Pero así es la vida, un eterno desfile. Y en esta fría noche me toca ser una espectadora; observar desde afuera un evento al que nunca seré invitada, porque yo misma elegí vetarme.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Despedida.
Es una noche gris y fría. En la calle llueve casi tan fuerte como en mis ojos.Parada en medio de la calle veo tu figura irse con la cabeza agachada. Derrotado. No tenía que ser así.
Quise salir corriendo pero algo me sujetó de los tobillos. La razón. «¿Para qué ir atrás tuyo? ¿qué tenía para ofrecerte? ¿era yo suficiente?» la respuesta era obvia. Pero quería, en serio quería salir corriendo y sujetarte por la espalda pidiendo que te quedaras. Que podía intentarlo una vez más con tu apoyo. Pero tu apoyo ya no estaba ahí; estaba vagando, buscando la forma de salir adelante. Dándote apoyo a vos mismo.
Fui egoísta y corrí igual; no por vos, sino por mí. Porque no podía resignarme a no volver a escucharte nunca más, a sentir tu calor hacia mí y esas palabras que me hacían sentir en casa. Pero ya estabas muy lejos y no llegué. Y por más que gritara con toda mi garganta no ibas a escucharme. No porque no pudieras, sino porque ya no querías hacerlo. Y está bien; porque así como yo fui egoísta y fui detrás tuyo, vos fuiste egoísta y también fuiste destrás de vos mismo. Del que supiste ser, antes de mí.
Suspiré. No sé si por abatimiento, tristeza o simplemente nostalgia, pero supe que nada iba a ser igual. Dicen que las personas tienen un rompecabezas que armar en la vida, y que a veces alguien se va y se lleva piezas para armar el suyo propio, dejándote algunas con las cuales armar el tuyo. El problema es que yo quería armar mi rompecabezas y mostrártelo, para que sonrieras como siempre y me alentaras a desarmarlo y armarlo una vez más. Juntos.
Quise salir corriendo pero algo me sujetó de los tobillos. La razón. «¿Para qué ir atrás tuyo? ¿qué tenía para ofrecerte? ¿era yo suficiente?» la respuesta era obvia. Pero quería, en serio quería salir corriendo y sujetarte por la espalda pidiendo que te quedaras. Que podía intentarlo una vez más con tu apoyo. Pero tu apoyo ya no estaba ahí; estaba vagando, buscando la forma de salir adelante. Dándote apoyo a vos mismo.
Fui egoísta y corrí igual; no por vos, sino por mí. Porque no podía resignarme a no volver a escucharte nunca más, a sentir tu calor hacia mí y esas palabras que me hacían sentir en casa. Pero ya estabas muy lejos y no llegué. Y por más que gritara con toda mi garganta no ibas a escucharme. No porque no pudieras, sino porque ya no querías hacerlo. Y está bien; porque así como yo fui egoísta y fui detrás tuyo, vos fuiste egoísta y también fuiste destrás de vos mismo. Del que supiste ser, antes de mí.
Suspiré. No sé si por abatimiento, tristeza o simplemente nostalgia, pero supe que nada iba a ser igual. Dicen que las personas tienen un rompecabezas que armar en la vida, y que a veces alguien se va y se lleva piezas para armar el suyo propio, dejándote algunas con las cuales armar el tuyo. El problema es que yo quería armar mi rompecabezas y mostrártelo, para que sonrieras como siempre y me alentaras a desarmarlo y armarlo una vez más. Juntos.
domingo, 30 de agosto de 2015
La Espectadora.
Éramos de mundos distintos, demasiado distintos para mi gusto. Él era un chico común y corriente. Un adolescente de cabello rebelde, temperamental, que siempre estaba con la frente en alto. Orgulloso de él y de lo que era. Y yo... Era yo. Absurda, tímida, anormal, básica, de pocas palabras y muchos sentimientos.
Aún no entiendo cómo es que me enamoré de él. Solo hablamos una vez, y tampoco fue una gran charla, pero su condición me gustaba. Él tenía algo que a mí me faltaba.
Nos dividía ese muro de cristal brillante, casi cegador. El cual demostraba que mi realidad era completamente diferente a la suya y, como tal, siempre impediría nuestra imposible y loca historia de amor, destruyendo así mis anhelos de una vida junto a él.
La única vez que tomé contacto con él fue increíble, adrenalínico. Sentí esa fuerte opresión en mi cabeza como la que se siente cuando se desciende hasta lo más profundo del mar. Empujé a su amigo de su tabla y me posicioné sobre ella, medio escondiéndome. Cuando capté su mirada me sonrió, y sentí como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Tuvimos una pequeña charla, y allí fue donde supe su nombre: Federico. Aún no puedo creer como me puse en riesgo de esa forma, podría haber sido mi fin, y también el de mis pares. Cuando uno de sus amigos apareció por detrás de él, éste volteó la cabeza para mirarlo, y allí fue donde huí. Huí hasta la oscuridad, de donde vengo y donde tengo que estar. Huí lo más rápido que mi cuerpo pudo, sabiendo que él y su visión nunca me verían. Volví al agujero del que nunca debí haber salido, y del que no volveré a salir. Cuando él giró para mirar al lugar donde yo había estado, vi la confusión en sus ojos, la deformación del asombro en su cara, la sorpresa de ver que había desaparecido en el aire. Imposible.
Días después lo escuché hablando con uno de sus amigos de mí. Mi corazón volvía a querer salirse de mi pecho, pero lo contuve. Decía que a pesar de que no me haya vuelto a ver que no podía dejar de pensar en mi, aún sin saber mi nombre, a lo que su amigo le contestaba que seguramente había sido alguna alucinación producto del sol, ya que ninguna chica podría esfumarse así en el agua. Y allí fue donde lo dijo, la frase que jamás se me olvidará aunque pase el tiempo, aún un año después sigo recordándola textual:
«Mi mente jamás podría haber imaginado a una chica tan bonita como aquella».
Pasé años observándolo, viéndolo como cada año venía con sus amigos y sus tablas a hacer eso que a ellos tanto les divertía, y a mi tanto me fascinaba ver. Pasó el tiempo, y allí fui notando como cada año venía menos seguido y mas cambiado: el cabello más corto, sensato, pero seguía conservando ese orgullo en su postura recta, y con eso me bastaba para reconocerlo. Hasta que un día dejó de venir.
A veces me pregunto qué hubiese pasado si ese día en que nuestras vidas se cruzaron por un instante yo no hubiera huido. Si me hubiese descubierto, ¿me hubiese aceptado? ¿Me hubiese amado? ¿Habríamos tenido esa historia de amor que yo tantas veces soñé?
Siempre me quedará esa duda, pero no importa. Mi amor por él no cesará nunca, aunque él jamás haya conocido realmente quién y como soy, así como mi nombre. Aunque esa historia de amor no se haya forjado como tantas veces lo pensé.
Estoy destinada a ver, desde la oscuridad, como el mundo se metamorfosea, como pasa el tiempo y yo sigo igual. Aún sin poderme ver, porque lo siento así. Estoy destinada a estar sola por mi condición maldita, y dudo que alguna vez pueda escapar de ella. Soy una espectadora de la eterna obra teatral en la cual nunca participaré.
Aún no entiendo cómo es que me enamoré de él. Solo hablamos una vez, y tampoco fue una gran charla, pero su condición me gustaba. Él tenía algo que a mí me faltaba.
Nos dividía ese muro de cristal brillante, casi cegador. El cual demostraba que mi realidad era completamente diferente a la suya y, como tal, siempre impediría nuestra imposible y loca historia de amor, destruyendo así mis anhelos de una vida junto a él.
La única vez que tomé contacto con él fue increíble, adrenalínico. Sentí esa fuerte opresión en mi cabeza como la que se siente cuando se desciende hasta lo más profundo del mar. Empujé a su amigo de su tabla y me posicioné sobre ella, medio escondiéndome. Cuando capté su mirada me sonrió, y sentí como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Tuvimos una pequeña charla, y allí fue donde supe su nombre: Federico. Aún no puedo creer como me puse en riesgo de esa forma, podría haber sido mi fin, y también el de mis pares. Cuando uno de sus amigos apareció por detrás de él, éste volteó la cabeza para mirarlo, y allí fue donde huí. Huí hasta la oscuridad, de donde vengo y donde tengo que estar. Huí lo más rápido que mi cuerpo pudo, sabiendo que él y su visión nunca me verían. Volví al agujero del que nunca debí haber salido, y del que no volveré a salir. Cuando él giró para mirar al lugar donde yo había estado, vi la confusión en sus ojos, la deformación del asombro en su cara, la sorpresa de ver que había desaparecido en el aire. Imposible.
Días después lo escuché hablando con uno de sus amigos de mí. Mi corazón volvía a querer salirse de mi pecho, pero lo contuve. Decía que a pesar de que no me haya vuelto a ver que no podía dejar de pensar en mi, aún sin saber mi nombre, a lo que su amigo le contestaba que seguramente había sido alguna alucinación producto del sol, ya que ninguna chica podría esfumarse así en el agua. Y allí fue donde lo dijo, la frase que jamás se me olvidará aunque pase el tiempo, aún un año después sigo recordándola textual:
«Mi mente jamás podría haber imaginado a una chica tan bonita como aquella».
Pasé años observándolo, viéndolo como cada año venía con sus amigos y sus tablas a hacer eso que a ellos tanto les divertía, y a mi tanto me fascinaba ver. Pasó el tiempo, y allí fui notando como cada año venía menos seguido y mas cambiado: el cabello más corto, sensato, pero seguía conservando ese orgullo en su postura recta, y con eso me bastaba para reconocerlo. Hasta que un día dejó de venir.
A veces me pregunto qué hubiese pasado si ese día en que nuestras vidas se cruzaron por un instante yo no hubiera huido. Si me hubiese descubierto, ¿me hubiese aceptado? ¿Me hubiese amado? ¿Habríamos tenido esa historia de amor que yo tantas veces soñé?
Siempre me quedará esa duda, pero no importa. Mi amor por él no cesará nunca, aunque él jamás haya conocido realmente quién y como soy, así como mi nombre. Aunque esa historia de amor no se haya forjado como tantas veces lo pensé.
Estoy destinada a ver, desde la oscuridad, como el mundo se metamorfosea, como pasa el tiempo y yo sigo igual. Aún sin poderme ver, porque lo siento así. Estoy destinada a estar sola por mi condición maldita, y dudo que alguna vez pueda escapar de ella. Soy una espectadora de la eterna obra teatral en la cual nunca participaré.
Obsesión.
«¿Me amaste realmente alguna vez?» dijo, y me anulé.
Sus ojos ansiosos esperaban una respuesta que yo no podía darle porque no sería cierta. Después de tantos años juntos, descubrir que lo que te une a alguien es una obsesión es un trago amargo difícil en digerir. Un golpe en la boca del estómago.
Suspiré y cerré los ojos. No sé como ocurrió, pero mis sentidos se agudizaron y pude sentir el momento exacto donde su lágrima impactó contra sus zapatos.
No la había amado, me había obsesionado por ella.
Había visto la fuerza caótica que desataba su corazón cuando luchaba por lo que quería o por quienes quería. Y ahí estaba yo, en la paz del ojo del huracán. Ella se volvía contra todos pero conmigo nunca levantó siquiera el tono de voz.
Había visto lo frágil que se convertía cuando sabía que algo ya no podía ser. Y éste era uno de esos momentos.
Me obsesioné por ella. Y la perdí; por no haberla sabido amar. Aunque a veces se me da por pensar que quizás eso también era amor y yo jamás lo supe porque nunca me enseñaron qué se sentía amar.
Tal vez el amor sea eso: una obsesión encubierta en besos. Un invento de los poetas para que la gente no se asuste ni se niegue a amar.
Sus ojos ansiosos esperaban una respuesta que yo no podía darle porque no sería cierta. Después de tantos años juntos, descubrir que lo que te une a alguien es una obsesión es un trago amargo difícil en digerir. Un golpe en la boca del estómago.
Suspiré y cerré los ojos. No sé como ocurrió, pero mis sentidos se agudizaron y pude sentir el momento exacto donde su lágrima impactó contra sus zapatos.
No la había amado, me había obsesionado por ella.
Había visto la fuerza caótica que desataba su corazón cuando luchaba por lo que quería o por quienes quería. Y ahí estaba yo, en la paz del ojo del huracán. Ella se volvía contra todos pero conmigo nunca levantó siquiera el tono de voz.
Había visto lo frágil que se convertía cuando sabía que algo ya no podía ser. Y éste era uno de esos momentos.
Me obsesioné por ella. Y la perdí; por no haberla sabido amar. Aunque a veces se me da por pensar que quizás eso también era amor y yo jamás lo supe porque nunca me enseñaron qué se sentía amar.
Tal vez el amor sea eso: una obsesión encubierta en besos. Un invento de los poetas para que la gente no se asuste ni se niegue a amar.
― Evelyn Segovia, agosto 2015.
jueves, 27 de agosto de 2015
Búsqueda.
Era una de esas noches donde intentas disimular el frío pero te encontras castaneando los dientes.
Lucía intentaba escapar de ese laberinto donde su conciencia la había mantenido despierta toda la noche hilando y desmembrando pensamientos. Buscando la forma de huir; pero siempre regresando al punto de partida: él.
¿Cómo era posible? Estaba a kilómetros de la meta y aún así podía oírlo diciendo su nombre. ¿O era sólo el viento intentando engañarla? Lo cierto es que saltó de la cama exaltada. Y, en la oscuridad, buscaba hacer contacto con él. Pero eso no pasaría, ya que él había caído dormido hacía varios minutos atrás, pensando en ella.
Miró por la ventana. Las diminutas partículas de nieve colapsaban en un acto suicida contra los cristales de la ventana. Lucía los observaba caer. Daba la impresión de que si los mirabas durante un largo rato, casi podías asumir el desafortunado hundimiento de la casa en una blanca—y congelada—tumba. Volvió en sí.
Caminó por su habitación a oscuras. Seguía buscándolo.
Cuando te acostumbras a la compañía de alguien, es difícil estar sólo. La diferencia es que ellos jamás habían compartido un momento témporo-espacial.
Jamás se habían hablado cara a cara.
Jamás se habían acariciado.
Jamás se habían tomado de la mano.
Jamás se habían besado.
Pero todo ese tiempo pareció que sí.
En un intento desesperado por encontrarlo a como dé lugar, tomó su celular. Él se había dormido. Se resignó.
Desplomó su cuerpo exhausto sobre la cama y volvió a taparse. Sentía más frío que antes. El frío de la soledad.
Cerró los ojos; y en ese momento casi mágico lo escuchó respirar. Había sido él, tenía que ser. Sonó como él. Pensó «estoy enloqueciendo» y lo percibió de nuevo. Quizás era una jugarreta de su mente, o tal vez—magicamente—se había teletransportado a Buenos Aires para estar una última noche juntos.
Si el amor mueve montañas, ¿por qué no podía de juntar Tierra del Fuego y Buenos Aires en un mismo eje tan sólo una noche?
Lucía intentaba escapar de ese laberinto donde su conciencia la había mantenido despierta toda la noche hilando y desmembrando pensamientos. Buscando la forma de huir; pero siempre regresando al punto de partida: él.
¿Cómo era posible? Estaba a kilómetros de la meta y aún así podía oírlo diciendo su nombre. ¿O era sólo el viento intentando engañarla? Lo cierto es que saltó de la cama exaltada. Y, en la oscuridad, buscaba hacer contacto con él. Pero eso no pasaría, ya que él había caído dormido hacía varios minutos atrás, pensando en ella.
Miró por la ventana. Las diminutas partículas de nieve colapsaban en un acto suicida contra los cristales de la ventana. Lucía los observaba caer. Daba la impresión de que si los mirabas durante un largo rato, casi podías asumir el desafortunado hundimiento de la casa en una blanca—y congelada—tumba. Volvió en sí.
Caminó por su habitación a oscuras. Seguía buscándolo.
Cuando te acostumbras a la compañía de alguien, es difícil estar sólo. La diferencia es que ellos jamás habían compartido un momento témporo-espacial.
Jamás se habían hablado cara a cara.
Jamás se habían acariciado.
Jamás se habían tomado de la mano.
Jamás se habían besado.
Pero todo ese tiempo pareció que sí.
En un intento desesperado por encontrarlo a como dé lugar, tomó su celular. Él se había dormido. Se resignó.
Desplomó su cuerpo exhausto sobre la cama y volvió a taparse. Sentía más frío que antes. El frío de la soledad.
Cerró los ojos; y en ese momento casi mágico lo escuchó respirar. Había sido él, tenía que ser. Sonó como él. Pensó «estoy enloqueciendo» y lo percibió de nuevo. Quizás era una jugarreta de su mente, o tal vez—magicamente—se había teletransportado a Buenos Aires para estar una última noche juntos.
Si el amor mueve montañas, ¿por qué no podía de juntar Tierra del Fuego y Buenos Aires en un mismo eje tan sólo una noche?
― Evelyn Segovia, agosto 2015.
jueves, 23 de abril de 2015
Cuatro: nueva tira de ficción (en wattpad).
Bueno, hoy les traigo algo diferente. Encaré para el lado de las novelas de nuevo. Veamos que tal me va y si logro terminarla esta vez. Acá les dejo el prólogo:
En fin, les agradecería el apoyo en esta nueva historia, el link es el siguiente: http://www.wattpad.com/story/38051720-cuatro
Aún no entiendo como es que Solange Chaves eligió convivir con las personalidades más diferentes—y chocantes—de toda la Argentina. Por un lado está Samantha, la chica más conocida por la noche de Buenos Aires. Por otro Lana, una de las mentes más brillantes de la Universidad de Medicina de la UBA y; por último, como siempre, Sofía, la chica a la que nadie registra. Lo cierto es que no es nada fácil, Samantha sólo va de fiesta en fiesta obstruyendo, de alguna manera, el prometedor futuro de Lana mientras esta, a su vez, no está dispuesta a dejar que una fotógrafa drogadicta como Sam la aleje de sus ambiciones y metas, y no dejará títere con cabeza si ciertas cosas vuelven a ocurrir. En el medio de esta rivalidad se encuentran Solange y Sofía, quienes son neutrales para cubrir sus propios intereses de por medio. Hace poco menos de un mes Lana, sintiéndose amenazada, sufrió su última crisis y, créanme, es mejor que no vuelva a ocurrir puesto que la vida de todas correría peligro. Solange está pagando el precio por todas las cosas malas que hizo en el pasado. ¿Logrará sobrevivir en esta batalla de personalidades o será devorada por alguno de los egos de la casa?Si les interesa seguirla, abajo les dejo el link de wattpad. Sí, ahora (y sólo por esta vez) voy a optar por wattpad porque me permite hacer las correcciones que me gustan y me permite tener una continuación de capítulos, cosa que acá no puedo si quiero escribir algo en el medio.
En fin, les agradecería el apoyo en esta nueva historia, el link es el siguiente: http://www.wattpad.com/story/38051720-cuatro
Gracias por acompañarme siempre.
lunes, 20 de abril de 2015
Tan vacía.
Intentando escapar de tus recuerdos
voy hacia vos una vez más.
Frustrada pienso en nosotros
y siendo no poder respirar.
Decaída, en lo mas profundo de mi ser,
Y pensé que esto ya había quedado en el olvido,
que era un mal día que pronto iba a pasar.
Pero era una pérdida que cada día lastima un poco mas,
voy hacia vos una vez más.
Frustrada pienso en nosotros
y siendo no poder respirar.
Decaída, en lo mas profundo de mi ser,
algo me dice que «todo va a estar bien»
quiero creerle, pero no encuentro respuesta,
parece que la vida me da la espalda y se aleja.
quiero creerle, pero no encuentro respuesta,
parece que la vida me da la espalda y se aleja.
Mis lágrimas no liberan toda la furia y el dolor,
y por mas que luche aún sigo teniendo rencor.
Mis problemas debajo de la alfombra quise esconder,
y, sin embargo, de nuevo volvieron a aparecer.
El alcohol no puede borrar tu recuerdo,
ni la fuerza con la te que clavaste en mi pecho.
Respirar más por inercia que por necesidad,
la libertad de mi alma no me pueden quitar.
Ironía es extrañar algo que nunca fue tuyo
pero que lo sentiste como tal;
Y hay días que, por mucho que lo intente,
mis fantasías vencen a la realidad.
que era un mal día que pronto iba a pasar.
Pero era una pérdida que cada día lastima un poco mas,
y un recuerdo que duele y no puedo eliminar.
Me diste la espalda creyendo que todo mejoraría,
me lastimaste justo cuando más te quería.
Podría haberte dado el infinito en un suspiro,
pero eso ya lo hago cada vez que te miro.
Entendí que no me quieres de esa forma,
pero no puedo evitar verte y sonreír como una tonta.
Es gracioso que yo siempre obtenga lo que quiero,
y cuando fuiste vos, me demostraste que no puedo.
Te busco de madrugada en algún rincón,
intentando descifrar si piensas en mí tanto como yo.
Te llamo de improviso solo para ver
si estás con alguna otra y no me lo haces saber.
Hay noches que te pienso más que otras
y eso me provoca un gusto amargo en la boca.
Debería poder hacer mi vida como me decías,
pero lamentablemente no soy tan fuerte como creías.
Busco tu amor en los brazos de un extraño,
de alguien que me brinde un cigarrillo o un habano
algo con qué olvidar por un momento tu nombre
pero sigo sintiendo tu perfume en otro hombre.
Me destruyo a mi misma, estoy en caída libre.
Todos me miran pero en realidad nadie me ve.
Me abrazo a mi misma esperando que no duela,
pero la realidad siempre golpea más fuerte de lo que esperas.
Me destruyo a mi misma, estoy en caída libre.
Todos me miran pero en realidad nadie me ve.
Me abrazo a mi misma esperando que no duela,
pero la realidad siempre golpea más fuerte de lo que esperas.
Ya no sirvo para esas palabras dulces y cursilerías
me olvidé la forma correcta de pronunciar un vida mía.
Y es que estoy un poco oxidada en esto de las poesías,
porque tal vez hacía mucho que no me sentía tan vacía.
― Evelyn Segovia, abril 2015.
lunes, 13 de abril de 2015
Expulsada del paraíso.
Sarah había adquirido muchos conocimientos que no debía para su corta edad.
Todos los días se levantaba a las seis de la mañana y se sentaba en alguna avenida transitada de microcentro a pedir monedas con lo cual comprar algo para almorzar. Si la noche anterior había sido buena, no estaría preocupada; pero este no era el caso. Su estómago pedía a gritos ingerir algo sólido, de lo contrario se desplomaría en medio de la vereda.
Eran las ocho y sólo logró obtener un par de monedas que, a juzgar por la situación económica actual, no le servirían más que para unas golosinas. La hora pico había pasado y ahora le costaría el doble conseguir dinero, así que decidió comenzar a moverse.
¿Te has puesto a pensar alguna vez lo dura que es la vida de los chicos que entran a los restaurants donde estás a pedirte algunas monedas? Porque yo sí, y Sarah es una de la nenas en las que pienso mucho.
Era una nena de escasos trece años, con bucles castaños y ojos miel. Una nena que llama la atención por su actitud al caminar. A pesar de sus notables agujeros en la ropa, ella siempre caminaba por las calles de capital con la frente en alto. Hoy no era la excepción.
Entró a la primer cafetería y se encontró fallando en el intento de hablar con alguna mesa, todos le giraban la cara intentando negar la realidad, haciendo de cuenta que la pobreza no existe. Y, antes de lo que pudiera reaccionar, ya había algún mesero pidiéndole que se vaya.
¿Alguna vez le giraste el rostro a alguien necesitado en la calle?
Siguió caminando, no porque quisiera, sino porque su estómago la empujaba a hacerlo. Para la gente de la calle, el hambre es el factor más movilizador que tienen.
Entró en la segunda cafetería, pidiéndole por favor a un mesero que la dejara intentarlo. El jóven accedió; al verla fallar y chocar contra la realidad, le sirvió un café negro en un vaso descartable y le dió un par de medialunas que ya no serían vendidas. Le agradeció una y otra vez, pues le serviría para amortiguar el cansancio hasta esa misma noche.
Era preciosa, de esas niñas que ves vestidas para damas de honor con vestidos de volúmen en los casamientos y crees que son princesas. Sus ojos miel hacían todo el trabajo por ella, cautivaban tu atención a primera vista. Un día decidí preguntarle por su vida, mientras la invitaba a desayunar en mi mesa, pero ella—ocupada en comer y—con su escaso vocabulario me dió a entender que no quería que yo supiera de su día a día; y yo no estaba dispuesta a renunciar a mi curiosidad.
Cansada de vivir en la calle, Sarah consiguió hacer un arreglo con el dueño de una pensión de mala muerte en los suburbios del microcentro, Él le daba la habitación más horrible de todo el edificio y ella se acostaba con él. Quizás te suene fuerte, pero la realidad es que noche de por medio ella se regalaba por las calles de la ciudad buscando amor, dinero y alguna sustancia con la cual olvidar—
al menos por unos minutos—su vida de mierda. Y la noche anterior había sido una de esas noches. El dueño del bar bailable de la esquina de la pensión le había hablado para ofrecerle buen dinero por hacer de presencial en una de sus tantas fiestas. ¿Sabes a lo que me refiero? Exacto, ser una maldita prostituta VIP de algún basura con bolsillos llenos ya sea de dinero, o de drogas.
Lo cierto es que Sarah tenía un par de negocios atrasados de pago y de los cuatro mil pesos que había logrado conseguir, sólo le quedaron mil. Necesitaba plata fácil, así que tenía que contactarse con su grupo para poner en marcha el «plan B» esa misma noche. Y así lo hizo.
«Todos a las dos en el punto de siempre» fue el mensaje que le dio uno de sus compañeros de calle.
Todos los días se levantaba a las seis de la mañana y se sentaba en alguna avenida transitada de microcentro a pedir monedas con lo cual comprar algo para almorzar. Si la noche anterior había sido buena, no estaría preocupada; pero este no era el caso. Su estómago pedía a gritos ingerir algo sólido, de lo contrario se desplomaría en medio de la vereda.
Eran las ocho y sólo logró obtener un par de monedas que, a juzgar por la situación económica actual, no le servirían más que para unas golosinas. La hora pico había pasado y ahora le costaría el doble conseguir dinero, así que decidió comenzar a moverse.
¿Te has puesto a pensar alguna vez lo dura que es la vida de los chicos que entran a los restaurants donde estás a pedirte algunas monedas? Porque yo sí, y Sarah es una de la nenas en las que pienso mucho.
Era una nena de escasos trece años, con bucles castaños y ojos miel. Una nena que llama la atención por su actitud al caminar. A pesar de sus notables agujeros en la ropa, ella siempre caminaba por las calles de capital con la frente en alto. Hoy no era la excepción.
Entró a la primer cafetería y se encontró fallando en el intento de hablar con alguna mesa, todos le giraban la cara intentando negar la realidad, haciendo de cuenta que la pobreza no existe. Y, antes de lo que pudiera reaccionar, ya había algún mesero pidiéndole que se vaya.
¿Alguna vez le giraste el rostro a alguien necesitado en la calle?
Siguió caminando, no porque quisiera, sino porque su estómago la empujaba a hacerlo. Para la gente de la calle, el hambre es el factor más movilizador que tienen.
Entró en la segunda cafetería, pidiéndole por favor a un mesero que la dejara intentarlo. El jóven accedió; al verla fallar y chocar contra la realidad, le sirvió un café negro en un vaso descartable y le dió un par de medialunas que ya no serían vendidas. Le agradeció una y otra vez, pues le serviría para amortiguar el cansancio hasta esa misma noche.
Era preciosa, de esas niñas que ves vestidas para damas de honor con vestidos de volúmen en los casamientos y crees que son princesas. Sus ojos miel hacían todo el trabajo por ella, cautivaban tu atención a primera vista. Un día decidí preguntarle por su vida, mientras la invitaba a desayunar en mi mesa, pero ella—ocupada en comer y—con su escaso vocabulario me dió a entender que no quería que yo supiera de su día a día; y yo no estaba dispuesta a renunciar a mi curiosidad.
Cansada de vivir en la calle, Sarah consiguió hacer un arreglo con el dueño de una pensión de mala muerte en los suburbios del microcentro, Él le daba la habitación más horrible de todo el edificio y ella se acostaba con él. Quizás te suene fuerte, pero la realidad es que noche de por medio ella se regalaba por las calles de la ciudad buscando amor, dinero y alguna sustancia con la cual olvidar—
al menos por unos minutos—su vida de mierda. Y la noche anterior había sido una de esas noches. El dueño del bar bailable de la esquina de la pensión le había hablado para ofrecerle buen dinero por hacer de presencial en una de sus tantas fiestas. ¿Sabes a lo que me refiero? Exacto, ser una maldita prostituta VIP de algún basura con bolsillos llenos ya sea de dinero, o de drogas.
Lo cierto es que Sarah tenía un par de negocios atrasados de pago y de los cuatro mil pesos que había logrado conseguir, sólo le quedaron mil. Necesitaba plata fácil, así que tenía que contactarse con su grupo para poner en marcha el «plan B» esa misma noche. Y así lo hizo.
«Todos a las dos en el punto de siempre» fue el mensaje que le dio uno de sus compañeros de calle.
Llegó con la misma ropa holgada y oscura de siempre, y con un revólver robado que había conseguido hacía poco. Estaba perdida. Toda la dulce presencia que podías notar en los ojos de Sarah cualquier día por la mañana desaparecía por la noche. A veces podías cruzarla por Avenida Libertador con un portaligas y otras noches como esa, en un callejón con un revólver robado trabado en la cintura de su pantalón y otros cinco chicos de su misma edad o más grandes.
Aún no sé qué pasó, pero todo salió mal. Entraron al local, se escuchó un disparo, gritos, y Sarah estaba en el suelo. Sus compañeros la dejaron sola, huyeron. La policía llegó minutos después, pero ya era tarde.
—¡Qué lástima!—Dijo el oficial. Y sí, lo era, pero luego de perder a su padre por culpa de alcohol y las drogas, y a su madre por querer «darle una vida mejor» abandonándola en manos de un proxeneta de quinta categoría, mucho no podías esperar de ella. ¿Cómo se supone que va a tener "un futuro mejor" sin nadie que la guíe? Hay muchos niños Sarah dando vueltas por las calles del mundo, y te aseguro que nuestra pequeña no es la única que terminó así, con una cruz sin nombre en un cementerio X.
Ahora te pregunto, ¿volverás a mirar con la misma cara a aquellos niños Sarah que no corrieron tu misma suerte, que fueron expulsados del paraíso?
― Evelyn Segovia, abril 2015.
domingo, 1 de marzo de 2015
Reencuentro.
Lo vi de nuevo, después de mucho tiempo.
No pude evitar el crujido de mi corazón al verlo. Su sonrisa, sus ojos, su cabello perfectamente acomodado, su estilo. Seguía siendo él, aunque perdido.
Caminó hacia mí, me hice la desentendida. Lo saludé desinteresada, intentando que mi corazón no saliera de mi pecho y lo abrazara, pues él estaba con otra y yo no tenía planeado perder lo poco de dignidad que me quedaba, no al menos esa noche.
Se sorprendió de mi saludo distante, dijo «solías abrazarme» con una especie de tristeza —o tal vez nostalgia— en su voz. Me limité a mirarlo, intentando buscar algún rastro de aquél chico del que me enamoré, y me encontré fallando en el intento. «Las cosas han cambiado mucho» le respondí. Apartó la mirada. Sabía de lo que hablaba.
La noche trascurría y yo no podía encontrar una manera de divertirme. Intentaba charlar pero no podía sostener una conversación. No estaba allí, estaba de viaje en el 2013, intentando aferrarme a alguien que en la actualidad ya no existía.
Me di por vencida y me senté en una mesa. Un vaso de alguna bebida alcohólica por cada recuerdo doloroso. Cuando terminé de ahogar mis penas no podía mantenerme en pie, y tan sólo eran las dos de la mañana. «¡Qué vergüenza!» pensé, «dos de la mañana y yo ya estoy acabada».
Miraba a todos divertirse y no podía encontrar la razón por la cual yo no podía hacer lo mismo. Pasaban los minutos y el mareo disminuía, pero yo seguía sintiéndome igual. Comenzaba a frustrarme.
Se acercó mi mejor amigo para sacarme a bailar, había visto la expresión de amargura en mi rostro y quiso ayudar. Acepté, aunque no tenía ganas, pero si yo no hacía nada para divertirme, no podía quejarme de pasarla mal.
Comenzaba a olvidarme del motivo por el cual había estado tan mal, y verlo besando a su novia me lo recordó. En ese momento ya no pude hacer nada. Realmente todo había cambiado. Corrí al baño y me encerré allí. Apenas vi distorcionadamente mis ojos vidriosos en el reflejo del espejo, lo único que conseguí hacer fue cubrir mi rostro con ambas manos. Estaba abatida. A pesar del tiempo, de la distancia y de todo lo que él había cambiado, aún lo amaba.
Salí del baño luego de corregir mi maquillaje, tomé mis cosas y caminé a la puerta. Un brazo se interpuso en mi camino.
—¿A dónde vas?—Me preguntó con el ceño fruncido.
—No me siento cómoda.
—¿Tengo que ver en ésto?
Suspiré. «Sí, siempre tenes que ver».
—¿Por qué pensas que mi vida sigue girando en torno a vos?
—Sólo pensaba que...
—Pensaste mal—Dije, y apenas terminé la frase sentí como mi corazón se estrujaba en mi pecho. Odiaba mentirle, pero él lo había hecho varias veces conmigo, ¿por qué yo no podía hacer lo mismo?
Abrí la puerta, y a mis espaldas volví a escuchar su voz.
—Antes de que te vayas... ¿Puedo pedirte algo?—Lo miré extraña. ¿Qué tenía yo para ofrecerle?—¿Podrías darme un abrazo?
Sentí como si alguien me hubiese golpeado en la boca del estómago. Me quedé sin aire. Mis pies fueron más rápidos que mi cerebro, caminaron hacia él. Lo abracé. Sentí su perfume, el cabello de su nuca entre mis dedos, había esperado por eso mucho tiempo, pero no podía quitarme de la córnea la imagen del beso. Me aparté de él.
—Te necesito.
«No, no lo haces, en cambio yo a vos sí»
La noche trascurría y yo no podía encontrar una manera de divertirme. Intentaba charlar pero no podía sostener una conversación. No estaba allí, estaba de viaje en el 2013, intentando aferrarme a alguien que en la actualidad ya no existía.
Me di por vencida y me senté en una mesa. Un vaso de alguna bebida alcohólica por cada recuerdo doloroso. Cuando terminé de ahogar mis penas no podía mantenerme en pie, y tan sólo eran las dos de la mañana. «¡Qué vergüenza!» pensé, «dos de la mañana y yo ya estoy acabada».
Miraba a todos divertirse y no podía encontrar la razón por la cual yo no podía hacer lo mismo. Pasaban los minutos y el mareo disminuía, pero yo seguía sintiéndome igual. Comenzaba a frustrarme.
Se acercó mi mejor amigo para sacarme a bailar, había visto la expresión de amargura en mi rostro y quiso ayudar. Acepté, aunque no tenía ganas, pero si yo no hacía nada para divertirme, no podía quejarme de pasarla mal.
Comenzaba a olvidarme del motivo por el cual había estado tan mal, y verlo besando a su novia me lo recordó. En ese momento ya no pude hacer nada. Realmente todo había cambiado. Corrí al baño y me encerré allí. Apenas vi distorcionadamente mis ojos vidriosos en el reflejo del espejo, lo único que conseguí hacer fue cubrir mi rostro con ambas manos. Estaba abatida. A pesar del tiempo, de la distancia y de todo lo que él había cambiado, aún lo amaba.
Salí del baño luego de corregir mi maquillaje, tomé mis cosas y caminé a la puerta. Un brazo se interpuso en mi camino.
—¿A dónde vas?—Me preguntó con el ceño fruncido.
—No me siento cómoda.
—¿Tengo que ver en ésto?
Suspiré. «Sí, siempre tenes que ver».
—¿Por qué pensas que mi vida sigue girando en torno a vos?
—Sólo pensaba que...
—Pensaste mal—Dije, y apenas terminé la frase sentí como mi corazón se estrujaba en mi pecho. Odiaba mentirle, pero él lo había hecho varias veces conmigo, ¿por qué yo no podía hacer lo mismo?
Abrí la puerta, y a mis espaldas volví a escuchar su voz.
—Antes de que te vayas... ¿Puedo pedirte algo?—Lo miré extraña. ¿Qué tenía yo para ofrecerle?—¿Podrías darme un abrazo?
Sentí como si alguien me hubiese golpeado en la boca del estómago. Me quedé sin aire. Mis pies fueron más rápidos que mi cerebro, caminaron hacia él. Lo abracé. Sentí su perfume, el cabello de su nuca entre mis dedos, había esperado por eso mucho tiempo, pero no podía quitarme de la córnea la imagen del beso. Me aparté de él.
—Te necesito.
«No, no lo haces, en cambio yo a vos sí»
Suspiré de nuevo y caminé fuera de la casa, cerrando la puerta detrás mío sin mirar atrás. Ambos sabíamos que si lo miraba, no me iría. Y no iba a darle el gusto.
Mirarlo implicaba volver a enamorarme. Y sí, yo ya estaba enamorada, pero del chico que él supo ser. Si aquella vez hubiese volteado a mirarlo, me hubiese enamorado de ese otro, del que estaba parado delante mío, del que era ahí, justo en ese momento. Con todas sus mentiras, superficialidades e idioteces. Pero él ya tenía a alguien que lo amaba. Alguien que estaba enamorada—o eso quiero creer—de aquel chico que me expresó un «te necesito» con la expresión de quién mendiga amor, porque lo demás lo podía conseguir. Su poder adquisitivo le permitía acceder a todo lo que se le podía poner un precio. Y es que, a decir verdad, mi amor sí tiene un precio, pero es inalcanzable para él. Está en una moneda que él jamás conoció, y no creo que lo haga nunca. Mi amor incurría valor. Mi amor se pagaba con apreciación.
Él nunca valoró todo el cariño que yo supe ofrecerle, prefirió otras cosas. Ahora la balanza estaba a mi favor y era mi turno de elegir, y preferí—con dolor—volver a intentar alejarme de él. Y no importó cuantas veces tendría que intentarlo, algún día sé que voy a poder seguir adelante.
― Evelyn Segovia, abril 2015.
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